
Cada vez que el Congreso del Estado sesiona, Quintana Roo arde.
Y no por decisiones brillantes, sino porque cada vez que aprietan un botón, nos avientan otra bomba legislativa.
Parece que las prisas son más importantes que la transparencia, y el pago de favores más relevante que la razón.
Ahora, en cuestión de horas, aprobaron un paquete express de reformas que incluyen elevar penas a taxistas rijosos— aunque también peligrosamente el derecho de manifestación- —y, de paso, otorgaron la friolera de 400 concesiones de carritos de golf en el desastroso Tulum. ¿A quién? A tres empresas y una persona física.
Obvio, la mayoría morenista se tiró al barranco con los ojos cerrados, confiando en que su sacrificio será recompensado con otro hueso en el futuro. Pregúntenle a Humberto Aldana, Mildred Ávila y Elda Xix, que pasaron a ser diputados federales. O a Alberto Batún, Andrés González y José María Chacón, que ya llevan dos pasadas en el Congreso del estado.
Ni hablar de la disciplina lacayuna de las bancadas cuatroteístas, que si les piden que brinquen, preguntan: ¿Qué tan alto, patrón?
Pero lo que de verdad deja con la boca abierta es la bancada del PAN, que pasó de oposición decorativa a comparsa oficialista.
En otros temas polémicos, como la Ley de Expropiación, Ocupación Temporal y Limitación de Dominio, los panistas al menos fingieron decencia y votaron en contra (aunque sin abrir la boca). Ahora ni eso: se sumaron a la borregada guinda con entusiasmo sospechoso.
El PAN sigue directo a su extinción en Quintana Roo. Su lídersa, Reyna Tamayo solo está esperando para darle el último palazo.