
Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
La semana pasada muchas personas en nuestro planeta estaban preocupadas por la guerra entre Irán e Israel, que terminó prácticamente con la intervención de Estados Unidos.
El problema fue que Israel acusó a Irán de estar muy cerca de tener suficiente material radiactivo como para construir bombas atómicas. Irán, por muchos años, ha tenido rivalidad con Israel y es conocida la amenaza de desaparecerlo. Por supuesto que había preocupación.
El intercambio de ataques de misiles fue brutal. Algunas fuentes de información incluso plantearon que Irán ya tenía alguna forma de bomba nuclear que podría usar. También se especula que Israel posee esa capacidad.
El conflicto en medio oriente se sumó al de la guerra entre Rusia y Ucrania y al delicado balance entre India y Paquistán. Tres de estos países cuentan con arsenal nuclear.
Había, entonces, suficiente razón para la preocupación de muchas personas en el mundo; pero otra más, quizá la mayoría, no mostraba preocupación alguna. Lo mismo parece suceder con los temas globales como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad, y con temas locales como la incertidumbre del nuevo sistema judicial en México y los indicadores de autoritarismo e impunidad. Muchas personas preocupadas, pero muchas más no parecen estarlo. ¿Qué pasa?
Hace no muchos años teníamos en México a un caricaturista genial, Eduardo del Río, Rius (1934-2017), autor de muchos libros y de historietas con alto contenido político como Los Supermachos y Los Agachados. Rius creó personajes como Calzonzin y don Perpetuo del Rosal.
El 5 de julio de 2011 La Jornada publicó una entrevista a Rius, motivado por la publicación de libro ¡Santo PRI: Líbranos del PAN! Uno de los mensajes, palabras más, palabras menos, fue “la ignorancia crea condiciones de felicidad, la lectura crea ansiedad y depresión”, que muy probablemente tomó del poeta inglés T. Gray (1716-1771) quien en uno de sus versos dice “donde la ignorancia es felicidad, es una locura ser sabio”. Una explicación de esta conducta, en la vida cotidiana, es: alguien que no sabe que existen cosas mejores a las que está acostumbrado, acepta como normales, y hasta buenas, las cosas que conoce.
Gray y Rius solo rascaron la superficie de un síndrome más complejo que existe en sociedades con bajo nivel educativo y de razonamiento crítico. En 1999 dos sicólogos de la universidad de Cornell, en Nueva York, publicaron los resultados de sus investigaciones sobre la conducta humana, especialmente tratando de explicar por qué las personas con bajo, o muy bajo, nivel educativo y de razonamiento crítico combinaban ignorancia con vanidad; es decir, enmascaran sus debilidades. Concluyeron que los individuos poco competentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades y conocimientos y que son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades y conocimientos de los demás que tienen mayor nivel educativo y de razonamiento crítico. Esta conducta se conoce como síndrome de Dunning-Kruger.
Que la población sea feliz, pero con síndrome de Dunning-Kruger, implica que forma parte de un país condenado al subdesarrollo. Es un escenario de perder-perder, y que plantea retos muy importantes al gobierno. No hay condiciones para fomentar innovación ni de implementación de innovaciones que se originan en otros países.
Punto y aparte.
Se debe tratar de establecer condiciones para una prensa libre, bajo el principio de libertad de expresión, especialmente para analizar el desempeño de figuras públicas, pero sin ofender ni difundir mentiras. Un delicado pero necesario balance que no se logra con leyes mordaza.