
Por Gilberto Avilez
El fin de semana pasado, revisando mi base de datos virtuales, di con una entrevista de hace unos años concedida a El País, por el antropólogo mexicano de origen catalán, Roger Bartra, donde este estudioso de las melancólicas jaulas identitarias del mexicano y crítico del sistema autoritario priísta y sus modificaciones actuales y caudillescas, apuntaba unas ideas interesantes que me han rondado estas últimas horas, y que necesitan ser exorcizadas vía el teclado de mi lap desportillada. Se tratan de unas ideas que pueden servir para borronear un somero perfil –o más preciso, una interpretación individual- de la cuestión étnica actual en el estado de Quintana Roo.
Recordemos que Bartra, desde el primer momento en que las hoy apagadas “modas” por los “derechos indígenas” cundieron en el país a partir del 1 de enero de 1994 (hace tres lejanas décadas ya), se declaró un crítico sistemático de esas fiebres tercianas que las “sanguijuelas de la identidad” (entre los que destacaban antropólogos blancos, intelectuales indígenas y merolicos de todos los colores) proclamaron a voz en cuello, y con sobrada tinta académica y periodística. Sobre los derechos indígenas, Bartra apuntó que:
Al abordar el tema de los sistemas normativos étnicos quiero exponer la idea de que su carácter “indígena” es en muchos casos la transposición (real o imaginaria) de formas coloniales de dominación. Es decir, ciertos rasgos propios de la estructura colonial española han sido elevados a la categoría de elementos normativos indígenas (con peculiaridades étnicas prehispánicas). En muchos casos, estos rasgos supuestamente indígenas han sido exagerados enormemente o, incluso, han existido sólo en la mente de algunos funcionarios, políticos o intelectuales. Asistimos con frecuencia a la erección de versiones colonialoides de la realidad india, tan exóticas como el sanguinario guerrero ecuestre guaicurú o el valiente piel roja ululante de la mitología indigenista [1].
No necesito expresar mis objeciones a esta cláusula de Bartra, las cuales cuestioné en su momento hace unos años, en un estudio jurídico-histórico sobre la realidad indígena en Quintana Roo [2]. En lo que quiero hacer énfasis es en la idea que Bartra sostiene, así como algunas investigaciones regionales han planteado: la idea de la pérdida de la indianidad, o las ruinas étnicas del México profundo remontando modernidades dislocadas, multiculturalismos chocarreros y globalizaciones persistentes en “un mundo desbocado”, como sostiene Giddens. Esta idea, en términos regionales, lo podemos establecer en el cambio étnico del paisaje quintanarroense ocurrido en 50 años de ser estado, al pasar esta parte oriental de la península por distintos avatares: de estar casi aislada, con escasa población e infraestructura urbana deficiente frente a una selva aún feraz, en 50 años, a partir del proyecto Cancún y las secuelas del turismo masivo, los cambios son evidentes. Estos cambios los había previsto tan tempranamente el ojo avizor del gran etnógrafo Alfonso Villa Rojas.
En su última visita en 1977 al centro de Quintana Roo donde realizó en la década de 1930 su famosa etnografía, Alfonso Villa Rojas constató “la gran transformación” que de 1935 a 1977 habían transcurrido los pueblos de la “subtribu” de X-Cacal como Tusik, el propio X-Cacal (Tixcacal Guardia), X-Maben, Señor, entre otros pueblos mayas del centro del estado. Para Villa Rojas, estos cambios resultaban “verdaderamente asombrosos”, pues estaba convencido de que ningún otro pueblo del área maya – toda la Península y los Altos de Chiapas- hubiesen tenido tal trasformación. De ser “pequeños caseríos”, espaciados jacales bajo la selva oriental de la Península, “ahora se tienen pueblos de calles bien trazadas, con su parque central, escuelas, comercios y servicios de luz, agua y transportes”, y de aquel pueblo de Señor que contaba en la década de 1930 con 71 pobladores distribuidos en 13 chozas, “ahora está ubicado a la vera de una carretera asfaltada y tiene más de tres mil habitantes y seiscientas casas, nueve tiendas y tres escuelas” [3].
Lo que Villa Rojas refería, es que del antiguo aspecto selvático y aislado en que estuvo cerrado el Territorio de Quintana Roo durante casi tres cuartos del siglo XX, ahora la presencia de movilidad, de otras gentes, era un ejemplo de la integración a la nación del otrora territorio que en 1974 se había convertido en un estado más de la federación. Y en un apartado de su apéndice al libro Los elegidos de Dios…, denominado exactamente “La gran transformación”, Villa Rojas apuntó la importancia de la apertura de caminos tanto para la presencia del estado en esta zona otrora rebelde, así como para la integración cultural de estos pueblos mayas del centro de Quintana Roo.
En 50 años de la presencia estatal, del turismo de masas, de la presencia del estado en los otrora territorios rebeldes, incluso de la venta y compraventa indiscriminada de la cultura maya para el deleite del turista, podemos tener unas imágenes cercanas de las “ruinas étnicas” creadas por los aparatos turísticos, políticos, incluso académicos, en el estado. En dicha entrevista, Bartra define a México como “un país lleno de contradicciones, de estratos antiguos que coexisten con formas modernas y hasta posmodernas, un conglomerado caótico de distintas épocas…El capitalismo tardío está sufriendo importantes mutaciones. La modernidad está mutando y no sabemos hacia dónde. La globalización es una globalización llena de grietas, y eso se padece especialmente en América Latina, donde partes de la sociedad viven inmersas en la posmodernidad y otras continúan en otro siglo” [4]. No podemos concebir, no cabe en la imaginación, hacer un paralelismo entre el Guerrero Bronco, el Guerrero con altos índices de pobreza y marginación social, el Guerrero de las matazones de estudiantes normalistas y desapariciones forzadas llevadas a cabo por grupos delincuenciales y que desembocan en el afantasmamiento de comunidades enteras; con el crecimiento exponencial de la economía del “tigre mexicano”, Querétaro. Tampoco podemos hablar del Cancún urbano turístico y sus regiones narcóticas del miedo, o de la Mérida exquisita con sus ideas particulares sobre los derechos de los animales, con la modorra somnolienta de algunas comunidades mayas del centro de Quintana Roo, o las ideas que de las fiestas tienen algunos mayas yucatecos que sacrifican guajolotes en Dzitás, o celebran una corrida de toros a escondidas de los animalistas radicales en San Diego, Quintana Roo. Tampoco podemos igualar la tranquilidad relativa que existe en Campeche, o existía hasta hace unas semanas en Yucatán, con la vorágine de la violencia –tan normalizada- que se da ahora en casi todos los municipios de Quintana Roo. Hace mucho tiempo que Lesley Bird Simpson acuñó la frase “Muchos Méxicos” para referirse a este país cruzado por sierras lejanas, volcanes nevados, selvas azufrosas, desiertos inacabables, penínsulas extrañas y etnicidades en fuga, que hacen de México una nación puzzle mal unificada por el homogeneizante discurso del poder central [5].
Otra idea que puede generar polémica entre ciertos defensores a ultranza de la indianidad inmóvil –esa indianianidad que aún se mal enseña en varias facultades de antropología y de turismo en el país con sus correlatos xcaretizadores-, es la siguiente respuesta que Bartra dio a la pregunta de a dónde queda la cuestión indígena en México, cuestión que tuvo sus momentos estelares en 1994, en 1996 y en el 2001, y que actualmente se difumina en el cerrado círculo de los comprometidos con la cuestión, se deforma en la inquina ignorancia del gobierno actual, y se silencia con las ráfagas de la narcoviolencia, y se arrellana calmosamente en la última reforma tímida en materia indígena de fines de septiembre de 2024:
“En México la población indígena ha sido aniquilada, destrozada, mutilada. Ya son como ruinas étnicas, igual que se habla de ruinas arqueológicas. Es un país que exalta la simbología de lo indígena en el Museo Nacional de Antropología y a la vez ha dejado a los indígenas reales en proceso de disolución” [6].
¿Ruinas étnicas? Desde luego que esta frase es polémica, aunque hay que tener presente que las ruinas étnicas corren cerca de la ya clásica crisis de la antropología mexicana y el fin de los paradigmas propuestos por el INI histórico; esto es más presente que nunca. El paradigma del INI histórico se confronta actualmente con el hecho de que ya no hay “indios” que estudiar, o que los indios –y la grave desindianidad inter-generacional que ocurre actualmente- no quieren ser “objetos de estudio” y se vuelven sujetos de estudio, aunque la antropología occidental designe esta postura crítica como “el punto de vista del nativo”, o bien, escorada a la izquierda, la designe con el rimbombante eslogan de las “epistemologías del sur” y sus antropologías surianas [7].
En Quintana Roo a la población indígena se la ha tratado de ser aniquilada desde el comienzo de esta larga historia, con los batallones de Bravo descorriendo el alba del siglo XX. Y se la ha tratado de ser dominada mediante estructuras caciquiles indias (el dominio indirecto del Estado mexicano mediante la figura de Francisco May durante los primeros años del Territorio), con la construcción de la infraestructura carretera para el mayor dominio espacial, con la creación de ciudades ladinas (Chetumal) como capital del nuevo territorio y de las nuevas ideologías nacionalistas en conexión con el centro del país, y a través de la escuela vía la castellanización y también con sus últimos ramales de la interculturalidad neoliberal.
En Quintana Roo, soy pesimista, el turismo caníbal ha tendido todas las trampas para la disolución completa de la etnicidad maya, reduciéndola a folklor mal entendido ayudado por visiones históricas o antropológicas deformantes; y esta etnicidad indígena, de un tiempo a esta parte, ha sido convertida en una marca vendible al turista blanco (la mayanidad inventada y convertida en nuevos espejuelos) mediante la transformación semántica propuesta en el suelo de la “Maya ka’an-inidad”, un souvenir cultural aquilatada por la apropiación indebida de la cultura maya efectuada por el Gran Parque” de la Xcaretización y sus peones o peonzas políticas, y en donde las cotas de desbarajuste socio-económico entre “la zona maya” (centro de Quintana Roo, Lázaro Cárdenas) y la zona norte turística, han configurado eso que dice Roger Bartra: La etnicidad que crece entre las ruinas de la indiferencia estatal y las distintas modernidades habidas entre la ruralidad alrededor de Felipe Carrillo Puerto-José María Morelos, y la sobremodernidad existente en la zona norte del estado. Estudios recientes al respecto, han puesto los focos rojos y han previsto, tal vez de forma más pesimista, aunque no errada, el mundo maya que desaparece [8].
Es decir, mientras que en Quintana Roo, unos son hasta postmodernos, otros no llegan ni al siglo XIX si a términos de salud, bienestar, educación o tecnología hablamos. A pesar de discursos creados por una pujante e inquieta mayanidad profesional en el centro de Quintana Roo (de las canciones de Pat Boy, la “cuota indígena” política de las pasadas elecciones de 2024, hasta los versos de Wildernain Villegas Carrillo, así como la puesta en circulación de periódicos y textos en maya, o la estructuración de un canon gramatical para el idioma maya yucateco), la pérdida y las ruinas étnicas no se pueden negar.
En 1977, hace casi medio siglo, dos antropólogos argentinos, Miguel Alberto Bartolomé y Alicia Barabas, sacaron un libro ya clásico, donde se profundizaba en los pareceres de Alfonso Villa Rojas sobre “la gran transformación ocurrida en el centro de Quintana Roo de 1935 a 1977 [9]; esta “gran transformación”, en realidad radicaba en el brutal y continuo ataque que los órganos del Estado en la zona (desde la escuela, el INI histórico, el sistema municipal y las leyes estatales, sin qué decir de los inicios del turismo) comenzaban a implementar. A casi medio siglo de aquel estudio etnográfico, las condiciones son difíciles en ese estado para la cultura maya, aunque no niego que se da un proceso de culturalización del movimiento indígena en esta región, una culturalización que defiende la identidad maya promovida hasta por los órganos estatales, a cambio del descafeinamiento de propuestas políticas más radicales. Es decir, en palabras de Charles Hale, “el indio permitido” es el indio que folkloriza y culturaliza tenuemente su cultura, el indio que rapea y reguetonea y compone poesías y se vuelve artista maya oficial y es celebrado por los órganos oficiales del estado. El “indio no permitido”, es el que cuestiona, critica, o propone otra alternativa de poder. No necesito decir, que los derechos indígenas, en Quintana Roo, se reducen a una cómoda simulación de derechos, o cuanto más, a unos derechos, no indígenas, sino indigenistas [10].
Y esto lo podemos ejemplificar en un caso paradigmático: mientras que tanto en Yucatán como en Quintana Roo, se promueve el “rap maya” y se da cobertura a las canciones de Pat Boy (algunas de ellas, contestatarias y críticas del marasmo democrático actual) y se pide la presencia de artistas y escritores mayas para celebrar el rito étnico previo a reuniones del poder (este el caso del indio permitido), otras posturas radicales y cuestionadoras de la mentira política y la rapiña como forma de gobierno, son acalladas, ninguneadas, burladas y, en casos brutales, encarceladas, o bien defenestradas (el caso reciente de José Isabel Sulub), o simplemente ninguneadas.
Pero entre las ruinas étnicas, las simulaciones de derechos y la folklorización de la cuestión étnica, las rebeldías salen a flote, como es el sostenido trabajo de un grupo de jefes mayas en contra de la apropiación indebida de la cultura maya por empresas regionales extractivistas. O bien, por la lucha reciente de los ejidatarios del Sistema Lagunar Chichankanab, que desde 2023 han formulada atingentes objeciones a proyectos turísticos para el centro de Quintana Roo enarbolados por los gobiernos regionales; proyectos turísticos que en su elaboración no fueron invitados a dar su palabra campesinos de Bulukax, Dziuché, Kantemó, La Presumida y Santa Gertrudis, defensores de la laguna de Chichankanab, el cuerpo de agua dulce interior más grande de la Península de Yucatán, la cual comparten 850 ejidatarias y ejidatarios en 37,397.1 hectáreas de borde: “Nuestros ejidos han sido sistemáticamente olvidados por administraciones que van y vienen. Cuando se acercan a nosotros es para ofrecernos una obra a cambo de que les demos a otros lo que es nuestro, nuestra tierra o nuestra laguna, para que ellos se la concedan a terceros y ellos se enriquezcan. Ahora lo hacen vía el turismo” [11].
Estas rebeldías indígenas, son las que trabajan a diario para reconstruir la casa maya para todos, buscando caminos y senderos posibles para salir de las ruinas étnicas del Quintana Roo turístico.
Notas bibliográficas que se citan en el texto:
[1] Bartra, citado en mi tesis de maestría en ciencias sociales titulada: Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos “indigenistas”, Chetumal: UQROO, 2010, p. 97.
[2] Gilberto Avilez (2010). Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos indigenistas. Tesis de maestría en Ciencias Sociales. Chetumal: UQROO.
[3] Alfonso Villa Rojas (1987). Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo. México: INI, p. 533.
[4] Pablo de Llano, “Bartra: ‘El individuo hiperconectado está más solo que nunca”. El País, 13 de septiembre de 2015.
[5] La influencia de la geografía en las sociedades es un tema caro para la geografía histórica, planteada magistralmente por Fernand Braudel. Aguirre Rojas, siguiendo estas ideas, describe tres Méxicos existentes en el Estado mexicano actual. Véase Carlos Aguirre Rojas, Contrahistoria de la Revolución mexicana. México: Facultad de Historia de la Universidad Michoacana, 2011, pp. 13-34.
[6] Pablo de Llano, “Bartra: ‘El individuo hiperconectado está más solo que nunca”, El País, 13 de septiembre de 2015.
[7] Cfr. Miguel Alberto Bartolomé, Procesos interculturales. Antropología del pluralismo cultural en América Latina, México, Siglo XXI, 2008; Claudio Lomnitz, “La etnografía y el futuro de la antropología en México”, Revista Nexos, 14 de noviembre de 2014.
[8] Cfr. Pedro Bracamonte y Sosa, Gabriela Solís y Jesús Lizama, Un mundo que desaparece: estudio sobre la región maya peninsular. México: CIESAS, 2011.
[9]Alfonso Villa Rojas (1987). Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo. México: INI.
[10] Gilberto Avilez (2010). Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz Parlante: de la autonomía cruzoob a los derechos “indigenistas”. Chetumal: UQROO.
[11] PRODESC. “Proyecto Maya Ka’an discriminatorio; venden la pobreza económica como atractivo turístico y excluye a las comunidades. 22 de septiembre de 2023, en línea: https://prodesc.org.mx/proyecto-maya-kaan-es-discriminatorio-vende-la-pobreza-economica-como-atractivo-turistico-y-excluye-a-las-comunidades/