|TIERRA DE CHICLE| Cecilio Chi: entre la escasez documental y su falsa casa maya

Por Gilberto Avilez Tax

El poeta Waldemar Noh Tzec sintetizó la memoria de don Cecilio Chi entre el pueblo maya peninsular, de la siguiente manera en estos versos escritos primeramente en maya yucateco (en este texto transcribo la versión en español):

“en el memorial de nuestro linaje

eres trueno de la lluvia

eres temblor de la tierra

eres estandarte de la guerra

eres escudo del pueblo

Cecilio Chi’ Hermano”.

De Cecilio Chi se ha escrito más tinta literaria de lo que podríamos asentar, bien a bien, en el continente disgregado, en migajas, de la historia documental: hay escasísimo material, y casi todo ha sido escrito desde la mirada colonial, desde segundas y terceras personas, y muy poco de lo escrito del puño del batab de Tepich ha llegado hasta nosotros.[1] Fue una figura fulminante cuyo resplandor dividió a la Península en dos. Y de los dos caudillos que fueron los comandantes en jefe de los primeros meses, no triunfaría la posición ideológica de Pat (quien pactaría con el gobierno yucateco, siendo desconocido inmediatamente por Chi), sino Chi, que en una reunión de jefes en Culumpich, se opuso denodadamente a Pat que quería devolverle el poder a Miguel Barbachano, y junto con Venancio Pec, alegó a Pat que “entre los blancos y nosotros hay un muro invencible” y que querían contra ellos “la guerra y de este modo nos conduciremos”.

Si analizamos el proceso de “mayanización” que siguió Chan Santa Cruz, al final la perspectiva de Chi, de no querer nada con los blancos, de crear un territorio indígena, de declararle la guerra a muerte a los blancos, fue la que prevaleció a partir de 1860 en Chan Santa Cruz.

            Como hemos dicho con antelación, de Chi se ha escrito más desde la vena literaria, porque conocemos muy poco de su vida; y la escritura de casi todos los jefes mayas (de 1847 a 1902) fue escasísima. Chi no tuvo un secretario ladino, como sí lo tuvo Francisco May para escribirle sus memorias o conjuntar las cartas, proclamas, respuestas, estrategias de guerra que siguió el caudillo de Tepich, en poco más de año y medio en que actuó desde el 30 de julio de 1847, hasta su asesinato, en diciembre de 1848.

            Cecilio era un hombre que tenía sus alpargatas sobre la tierra, pegado a la tierra este hombre sencillo que había conocido la vastedad de la Península pero que siempre regresaba a reforzarse en su tierra, en su milpa y en la choza con su familia, allá en el oriental villorrio de Tepich. Reed, en su célebre libro, apuntó que Cecilio había participado en las guerras yucatecas contra México, peleando hasta llegar en los muros de Campeche, y en esas guerras de los blancos había aprendido mucho el cacique de Tepich. Primeramente, saqueaba y quemaba haciendas y rancherías, para acto seguido llevarse el ganado, mieles, algodón, café y dineros que intercambiaría con los ingleses por nuevos pertrechos para la guerra. Posteriormente prendía fuego a los pueblos y aldeas, aplastando guarniciones de forma avasalladora, y atraía los contraataques a senderos recoletos donde tendía celadas y emboscadas, pero si los soldados blancos eran numerosos, los dejaba errar por la selva para posteriormente capturarlos.[2] Era altamente bélico, por supuesto, pues entendía los arcanos del anterior lenguaje y escritura de sus ancestros, y estaba más que consciente de la división interétnica del Yucatán de aquella época, y como buen batab maya, estaba orgulloso de su estirpe Cocom, casta de gobernantes de la vieja tierra del Mayab.

Cecilio, insistimos, es el más conocido de los caudillos primeros, pero al mismo tiempo es el más desconocido en términos históricos, pues los documentos que contamos sobre él son menos de un puñado, y casi siempre con literatura secundaria que se escribe entre la burda ficción y el mito cuestionable. ¿Qué se conoce de él? Enumeremos estos hechos:

  1. Su pasado militar en las luchas previas a 1847 entre Yucatán y México (y entre Mérida y Campeche) le dio una experiencia de las armas y le hizo entender su genio militar para controlar y dirigir hombres a la guerra.
  2. Su participación en los conciliábulos y reuniones secretas en la hacienda Culumpich de Jacinto Pat, donde su opción por la guerra a muerte a todos los blancos, contrastó con el aspecto conciliador de Pat que quería solamente cambiar al gobierno blanco, y con el de Manuel Antonio Ay, que era de la idea de expulsar a todos los blancos de la Península.
  3. Chi tuvo una esposa, pero no se sabe a ciencia cierta si tuvo descendencia. Esta esposa, al final, sería una de las sinrazones que lo llevarían a la tumba por serle infiel con un lugarteniente del caudillo, que terminó matándolo por miedo a la ira de Chi.
  4. Así como tuvo una esposa, Cecilio tuvo un hermano no menos bélico y de actitudes irreprochables de mando: Raymundo Chi. Raymundo fue lugarteniente de Cecilio cuando éste hacía la guerra en otros pueblos y necesitaba soluciones precisas y drásticas. Tal es el caso de la entrada de Raymundo Chi a Peto para romper frente a Jacinto el bastón de mando que el gobierno ladino le había otorgado, así como los tratados de Tzucacab.
  5. Cecilio Chi comandó con maestría inaudita –hasta Severo del Castillo hablaría de sus proezas militares- el ejército maya del norte que desde Tepich tomarían Valladolid en marzo de 1848 y sitiarían a Izamal. Además de su hermano Raymundo, otros fieros lugartenientes constituían su “estado mayor presidencial”: Venancio Pec, Bonifacio Novelo y el aguerrido Florentino Chan.
  6. Entre las supuestas cartas que habían estado pasando de pueblo en pueblo posterior al 30 de julio de 1847, los ladinos de Mérida estaban convencidos de que el 15 de agosto de ese año se daría un levantamiento generalizado de la raza indígena, y que todos los mayas de los pueblos facilitarían la entrada de Chi a Mérida “con el objeto de coronarse”.[3]
  7. En el proceso sumario instaurado contra Manuel Antonio Ay, existe una carta hipotética firmada por Chi donde se hablaba de esa guerra generalizada que vendría en camino: “Muy señor mi amigo: Hágame favor de decirme cuántos pueblos hay avisados para el caso. También quiero que me diga si es bueno mi intento de atacar Tihosuco para tener toda la provisión. Aguardo su respuesta y que me señale el día en que usted vendrá aquí conmigo, porque me están vigilando; me hará usted el favor de avisarme dos o tres días antes. No deje usted de contestarme. Soy su amigo que lo estima. Cecilio Chi”.[4]
  8. La cuestión que más conocemos y que más ha sido obviada y no tocada por los fundamentalistas indigenistas de toda laya que romantizan la guerra de castas y hacen de un hecho histórico tan complejo, un asunto dicotómico (mayas buenos vs. blancos malos) fue la ruptura en la cúpula indígena, entre Chi y Pat. Pat es uno de los caudillos primeros de la Guerra de Castas que ha sido puesto en la estatua hagiográfica por una mirada romantiquera de la historia; o bien, arrinconado en una posición más allá de la historia, irguiéndose en una broncística figura, borrosa para el que quiera comprender las razones de su actuación. Pero a Pat habría que regresarlo a su condición humana. Hemos señalado su posible origen afromestizo, y muy pocos cronistas y aficionados a la historia de la península, hacen énfasis de que Pat fue un hacendado de primer nivel, que no era pobre y tenía una cultura letrada (había comprado la historia de Cogolludo para ilustrarse de las cosas de su tierra). Contrario a Chi, que tenía una visión nativista del conflicto y que su mirada de clase campesina era reforzada con su sentimiento nativista, Pat no tenía impedimento alguno en hacer amistades con el círculo criollo de pueblos como Tihosuco o Peto (su amistad y cercanía con Anselmo Duarte de la Ruela), pero quería mayor cabida en la política regional para él y los suyos. Era, desde luego, barbachanista, y ese amor incondicional por el bando de Barbachano lo llevó a la tumba, al enemistarse con el bando de Chi después de firmar los muy cuestionados Tratados de Tzucacab, en donde se declaraban gobernadores vitalicios a Barbachano y Pat por santa voluntad de sus adictos (véase el artículo 5 y 6 de esos tratados). Sabemos de viva fuente de archivo, que la crecida de los ejércitos del sur que comandaba Pat desde Tihosuco hasta Peto, se debió a que esa subregión estaba plagada de barbachanistas (Felipe Rosado, entre otros), y que hasta había un pueblo -el antiguo Kancabchén, que se encuentra actualmente en el municipio de José María Morelos, Quintana Roo- que fue bautizado como Barbachano por los finqueros de la región que cultivaban la caña en «la Montaña». Cuando se dio la caída de Peto en febrero de 1848 a manos de las tropas de Pat que llegaban a más de 3,000 soldados, no cabe duda que los barbachanistas de dentro de la Villa jugaron para que eso sucediera. Dos meses después, para abril de 1848, Pat y Barbachano, a través de sus adictos, firman esos inexplicables tratados (una guerra que iban a ganar los campesinos fue detenida en el sur, algo que solo se explica porque las dos cabezas, Pat y Barbachano, pensaban en el mismo tenor), y días después, para fines de ese mes, el irascible Cecilio Chi, lo desconoce y envía a su hermano, Raymundo Chi, a requerir esos tratados y el bastón de mando que le habían otorgado a don Jacinto, para romperlos públicamente en Peto y repudiarlos. La amistad entre los dos caudillos fue efímera. A fines de abril de 1848, desde su cuartel en Tihosuco, Pat, «comandante de los indígenas», le enviaba una carta a su gobernador Barbachano, informándole que Chi no estaba conforme con que don Miguel sea el gobernador «de todo Yucatán» y que por eso pedía el concurso de los comandantes del «norte» bajo su mando para que prosiguiera la guerra, ahora no sólo contra los «dzules» sino con el bando de Pat. Este último pedía, por lo tanto, «8 arrobas de pólvora» y el número suficiente de armas para su comitiva mientras llegue a Peto con todo y familia para guarecerse del irascible caudillo de Tepich. Al parecer, Pat tenía la intención de entregarle a Barbachano, ya firmada por él, «la gran acta para que yo entregue a tu Sria.», seguramente refiriéndose a los Tratados de Tzucacab. El caudillo de Tihosuco finalizaba de una manera completamente obsecuente: «Yo que amo a tu señoría con todo mi corazón».[5]
  9. Chi sería asesinado en Chanchén después de la recuperación de Tihosuco por las tropas yucatecas, en diciembre de 1848, a manos de su secretario que se había acostado con su esposa. Por miedo a ser descubierto, mató al caudillo y se atrincheró en una choza que servía como depósito de armas. La turba sacó al asesino y lo hizo pedazos, al igual que a la esposa traicionera. A Chi lo vistieron de gala para ser enterrado en Tepich, aunque como luego refiere Rosado,[6] sus restos los exhumó en 1851 para llevárselos a Mérida. Después de la muerte de Cecilio Chi y Jacinto Pat, el liderazgo rebelde se había dividido entre Venancio Pec, Florentino Chan, José María Barrera y Bonifacio Novelo. Los tres primeros, según Bricker, eran lugartenientes de Jacinto Pat, y Novelo operaba por el rumbo de Valladolid. Pec y Chan eran claramente indígenas, y fue precisamente Pec el que le dio muerte a Pat porque este quería entrar en tratados de paz con los ladinos, negativa a la que, en 1850, para mayo, sostuvo junto con Chan. Podemos decir que, a pesar de ser lugartenientes de Pat, Pec y Chan estaban más cerca nativistamente hablando de Cecilio Chi (Bricker, 1989: 201). Dumond, por su parte, sostiene que tanto Chan como Pec, eran del bando de Chi, y entrarían en disputa con el bando suriano de Barrera. Barrera y Novelo, por su parte, eran mestizos (y este grupo sería el que unificaría a los otros grupos de bandas combatientes tanto de macehuales pueblerinos levantados en armas, como de huites residentes en la Montaña).

Chi: entre la escasez documental y el piélago literario

Carta de Eulogio Rosado a José Canuto Vela sobre la exhumación de los restos de Chi. Tepich, 8 de marzo de 1851.

En cuanto a la documentación sobre Chi, considero que no es posible el quedarnos únicamente con las fuentes secundarias que han tocado esos primeros momentos de la blitzkrieg”, la guerra relámpago maya. Creo que se nos hace forzoso el indagar en los archivos parroquiales buscando referencias de su familia y de sus años al momento de su muerte: ¿33, 29, 40 años contaba al momento de su muerte?, ¿cómo podemos decir con fehaciencia que su nacimiento ocurrió en 1820? No sabemos a ciencia cierta nada de su lapso biológico. También es necesario recurrir de nuevo al paneo cartográfico de los periódicos de la época, e insistir en los archivos meridanos como el AGEY, la Biblioteca Yucatanense, y los registros de Campeche, Estados Unidos, Cuba y Belice. En cuanto a la producción literaria, baste decir que, desde el primer momento, no solo desde las plumas historiográficas sino novelísticas y poéticas, el héroe Chi se presenta más robusto que cualquiera de los otros dos caudillos: ¿acaso existe una novela reciente o decimonónica sobre Jacinto Pat?, ¿acaso los poetas mayas se han decantado en componerle versos a Ay o Pat? Cecilio, sin duda alguna, se lleva las palmas de los poetas mayas y yucatecos. Desde Waldemar Noh Tzec, Gilberto Avilez, Cáceres Carenzo y la estrofa IV al himno a Quintana Roo donde se hace un guiño claro al ataque de Chi a los ladinos de Tepich el 30 de julio de 1847:

“En Tepich el coraje del maya

convirtió su opresión en victoria,

el machete escribió en nuestra historia:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!»

En cuanto a la novelística, esta va desde la novela decimonónica “Cecilio Chi” de Severo del Castillo, hasta el trabajo de Javier Gómez Navarrete,[7] pasando por Las Guerrsa de Justo de Francisco Paolio Bolio y la novela del recientemente desaparecido Hernán Lara Zavala: ¡Península, Península!

Las falsedades sobre don Cecilio

Dijimos que, aunque es el caudillo más popular y más conocido de la Guerra de Castas, la figura de Cecilio Chi ha estado enmarcada entre la burda ficción y el mito cuestionable. Recientemente, y no tan recientemente, en Quintana Roo, al menos, dos falacias históricas se han cernido contra el cacique que le da el nombre hasta a una medalla al mérito indígena. Uno tiene que ver con una placa donde se dice que los restos de Cecilio Chi se encuentran en una especie de cementerio antiguo de Tepich, y la otra falsificación histórica, tiene que ver con la mentira olímpica de que, no obstante que la historiografía indica a las claras la desaparición, combustión y saqueo de Tepich y el abandono de ese pueblo por sus habitantes durante la segunda mitad del siglo XIX; una supuesta “historia oral” de descendientes de repobladores de la década de 1930, indica que una choza de ripio fue la casa del batab, cosa que sin duda nos oponemos por razones que ahora mismo argumentamos.

En primera, está el hecho de una placa de latón donde se discurre sobre la falsedad del paradero de los huesos del caudillo. Esta placa de la segunda fotografía que presento se encuentra en un antiguo cementerio en el centro de Tepich. Lo puso hace unos años el grupo Kuxaanoon, presidido por Bartolomé Alonzo Caamal. Es una placa que muestra la falsificación de la historia que han realizado varios indigenistas de Yucatán, sobre el tópico Guerra de Castas, pues como bien señaló recientemente Jorge González Durán en un documento que yo igual consulté, los restos óseos de Cecilio Chi fueron llevados a Mérida después de ser exhumados. Ahora, hay otra falsedad en camino con respecto a una supuesta casa de don Cecilio Chi en TEPICH. La defensa de la historia de la Guerra de Castas no debe descansar, en falsedades sobre falsedades históricas, según el requerimiento del poder xcaretizador y turistero.

Tepich fue devastado durante la guerra (véase censos de la época y relaciones documentales que inundan el AGEY). Ningún poblador actual, así como los de Tihosuco, son descendientes directos de los que vivieron en tiempos de Cecilio y Pat. La historia oral, si no se sostiene con documentación cruzada, entra en el mito. Y con los mitólogos de la Guerra de Castas, ni forma de hacerles entender o salir de sus esquemas dualistas.

Esto nos lleva a plantear la segunda falsedad que se ha construido recientemente contra la figura del líder de Tepich: el hecho de que una ciudadana, al parecer jubilada, y con apoyo del gobierno tanto estatal como municipal, así como el cronista de Carrillo Puerto y uno que otro estéril falsificador de la historia de la Guerra de Castas, el 30 de julio inauguraron en Tepich la supuesta casa remozada del líder. La idea de que esa casa, que claramente se ve que fue levantada por repobladores mayas de la década de 1930, es que hay historias orales (de repobladores que nunca vieron al caudillo, cuando Tepich fue quemado y olvidado por más de 60 años) que indican que era la casa donde habitó el caudillo. Por supuesto que esto es una superchería.

Jorge González Durán, apreciado historiador y conocedor profundo de la historia de la Guerra de Castas y de la historia de Quintana Roo, apuntó respecto a este embuste que hice saber en mis redes: “Un embuste lo de esa casa. Tepich fue arrasado en su totalidad al inicio de la guerra y no existan pruebas documentales ni testimonios fiables de que esa haya sido la casa de Cecilio Chi. Saludos, Gilberto”.

¿Cuál es la prueba fehaciente de que ahí vivió Cecilio Chi? No hay ninguna, no hay tal. Esa casa de ripio se ve a leguas que tiene, a lo sumo, unas cinco décadas. ¿La prueba de que ahí vivió descansa en el hecho de que fue visitada por Lilian Villanueva Chan, la señora Hernández y el cronista de Carrillo? Antes de proferir tal cosa, tendría uno que asegurarse, no vaya a dar de males que solo caigamos en otra prueba de la Xcaretización y venta de la cultura maya para fines turisteros, vía mayaland incluido. Y si detrás de esta idea de la casa “U Yotoch Cecilio Chi” está la mente afiebrada de un charlatán de la Guerra de Castas que habla de “voces mezquinas” que se han opuesto a esa falacia histórica que para “preservar la dignidad”, dignificar el pasado para entendimiento del presente (retórica vacía de aprendices de sofistas), ¿qué se puede esperar de un charlatán que asegura, en ponencias apantalla ignorantes, ser un «experto mundial de la guerra de Castas»?

El regreso barato de Argüelles y la casa falsa de Cecilio Chi

De todo este jaleo, es un hecho que actualmente están desatados los «cruzoob galácticos» y sus interpretaciones galácticas de la guerra de Castas, que confunden el culo con las témporas. Ahora, su último obús falsificador se trata de una casa falsa de un héroe maya tantas veces deformado: lo deformaron los «hispanistas», y ahora los «mayas galácticos». Pobre de don Cecilio, así le está yendo ahora en el tiempo de la Mayakanidad.

Argüelles, un falso mayista, inventó un sinfín de barrabasadas y caballadas para hacer una visión cosmogónica «maya» de probeta, sacada de malísimas interpretaciones de los textos. Su libro, «El factor maya», es una jalada xcaretizada que muchos dan por cierta, cosa que en el gremio de mayistas y estudiosos de la historia de los mayas, se descarta de inmediato y se considera infame seudo ciencia. Pero ARGÜELLES ha crecido, sus estragos chamánicos han hecho cancha entre ciertos «neocruzoob» profesionales.

El último garlito que va entre la falsificación histórica y los intereses de Maya Kaan para la venta y consumo de la Guerra de Castas, es inventar una narrativa de una supuesta casa rescatada por manos privadas y convertida en una especie de casa maya con temazcalito y recomposición de los chacras seudohistoricos mayas. ¡Argüelles se quedó pendejo! Y si fuera la verdadera casa de don Cecilio, el INAH se quedó otra vez más pendejo que cuando el cráneo del General Cen desapareció y volvió a aparecer y el INAH siguió más pendejo. Entre neocruzoob galácticos y creadores de supercherías, se hace la última interpretación (la genuina y auténtica) de la Guerra de Castas.


[1] Sobre esto, véase Documentos que manifiestan el programa de los indios Sublevados Cecilio Chi y Jacinto Pat”. Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY). Fondo Poder Ejecutivo, Sección Secretaría de Guerra y Marina, Serie Justicia, Caja 144, vol. 94, exp. 69, fojas: 10. 23 de diciembre de 1847.

[2] Nelson Reed. La Guerra de Castas de Yucatán. México. Editorial ERA, 1971.

[3] Serapio Baqueiro, 1990, Tomo II, p. 24.

[4] Renato Ravelo. La Guerra de liberación del pueblo maya. México. Ediciones Servir al pueblo, 1978, p. 53.

[5] El Amigo del Pueblo. 28 de abril y 5 de mayo de 1848. 

[6] Véase “Carta de Eulogio Rosado a José Canuto Vela sobre la exhumación de los restos de Cecilio Chi”. Biblioteca Yucatense. XLIV-1850-1859-0-23. Tepich, 8 de marzo de 1851, 3 p.

[7] Sobre Gómez Navarrete, véase mi texto: “Javier Gómez Navarrete, el akileño universal”. Desde la península y las inmediaciones de mi hamaca. 26 de abril de 2016.

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