Las comparecencias en el Congreso de QR no dejan de ser una contradicción: son inútiles pero necesarias.
Inútiles porque la mayoría de los diputados son de Morena y no se atreven a cumplir con su papel de fiscalizadores. La línea es clara: no incomodar al «invitado» que es «de los nuestros».
Son necesarias porque sin este ritual al menos no habría ni el menor esfuerzo de rendición de cuentas. En realidad, son la escenografía donde se dicen cifras y promesas, pero el guión está pactado y el final es siempre el mismo: sonrisas, aplausos y ninguna incomodidad real. La preocupación de los diputados, en realidad, es saturar de elogios y quedar bien con el compareciente. Claro, hay muy honrosas excepciones, pero son expresiones mínimas, aunque terminan rescatando lo rescatable.
El problema es que, al repetirse año tras año, las comparecencias terminan normalizando la simulación: los funcionarios se saben blindados, y los diputados oficialistas entienden que su papel es más de porristas que de contrapeso.
Y aun así, el formato sobrevive. Peor sería que se opte por omitir este mínimo esfuerzo de rendición de cuentas al pueblo.
Al menos, todos quedan exhibidos, los que preguntan y los que responden.