
En la escuela primaria La Prensa Pemex, ubicada en la colonia Vallejo, los niños y niñas del campamento migrante irregular de la zona han encontrado una oportunidad crucial para retomar su educación, a menudo interrumpida por meses o incluso hasta por un año. Más allá del aprendizaje, este centro se ha convertido en un refugio donde pueden sentirse seguros y felices, después de una travesía ardua y las precarias condiciones en las que residen.
Un ganar-ganar para la educación y la comunidad
Este beneficio se extiende más allá de los infantes, alcanzando al propio plantel. Las clases vespertinas de la escuela estaban en riesgo inminente de desaparecer debido a la baja matrícula estudiantil. El maestro Jesús Montes de Oca, subdirector de gestión de La Prensa Pemex, lo reconoce sin ambages: “Estos niños nos vinieron a salvar y nosotros estamos tratando de que estén contentos aquí”. De los 120 escolares inscritos en el turno vespertino, más de la mitad proviene de diversos países de América Latina.
El centro educativo, situado a pocos pasos del asentamiento junto a las vías del tren, ofrece un respiro donde, por algunas horas, los niños migrantes pueden dejar de ser “adultos pequeños” con responsabilidades laborales o de cuidado de hermanos. Antes del ciclo escolar 2024-2025, el grupo de primer grado contaba con apenas cuatro estudiantes. Tras la integración, en agosto pasado, de los niños en contexto de movilidad, el alumnado del turno vespertino se incrementó a más de 100 escolares en sus seis grados, de los cuales 70 eran Extranjeros.
Integración y derechos universales
La llegada de esta población estudiantil impulsó a la escuela a colocar en su entrada un letrero que da la bienvenida a “todas las niñas y todos los niños del mundo”, proclamando que “el derecho a la educación es universal”. La inscripción ha permitido que estos menores recuperen su proyecto de vida: han obtenido una Clave Única de Registro de Población (CURP) provisional, reciben el apoyo económico de Mi Beca para Empezar del gobierno de la ciudad y acceden a desayunos escolares del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia.
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El profesor Montes de Oca, en entrevista, indicó que la apertura de la escuela fue posible gracias al apoyo de la Asociación de Padres de Familia y la supervisión escolar. Los niños llegaron al plantel por iniciativas de volanteo de la comunidad docente en el campamento migrante, y también por su propia determinación. Un caso emblemático fue el de una niña que, con gran iniciativa, pedía ser aceptada. La directora del plantel, la maestra Leticia Centeno, relata cómo la menor se acercó para expresar su deseo de estudiar, advirtiendo que no sabía leer ni escribir. Tras el registro con su padre, ahora es una de sus estudiantes.
Motivación y adaptabilidad en el aula
La maestra Centeno destaca la extraordinaria motivación de los alumnos en contexto de movilidad: “llueve, truene o relampaguee, ellos están aquí”. Esta persistencia ha servido de estímulo para los alumnos nacionales, incentivándolos a mantener la asistencia, incluso en los últimos días del ciclo escolar, cuando el promedio de otros planteles disminuye.
Para asegurar una integración efectiva, la directora explicó que se implementan estrategias y proyectos enfocados en el manejo de derechos humanos, con ejes articuladores de interculturalidad, dado que los estudiantes proceden de países como Colombia, Honduras, Venezuela, Nicaragua y Guatemala. Los educadores observan que muchos de estos niños poseen una notable fluidez lectora y habilidades matemáticas, aunque algunos también presentan rezagos educativos. Ambas situaciones, aseveran, se atribuyen directamente a sus complejas experiencias de vida. Para ubicarlos en el grado académico correcto, se revisan los documentos que acreditan su nivel escolar o, en su defecto, se aplica un examen diagnóstico.
Aspiraciones y la incertidumbre del mañana
En el campamento irregular, los niños y niñas que asisten a la escuela expresan un profundo apego a este centro, que les permite mantener vivos sus anhelos de aprendizaje y sus sueños de convertirse en médicos, veterinarios o policías, entre muchas otras profesiones.
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Sofía, una niña venezolana de 10 años, ejemplifica esta resiliencia. En entrevista, compartió su deseo de ser doctora o militar. Con más de un año viviendo en uno de los “ranchitos” –cuartos construidos con madera y lonas–, concluyó recientemente el quinto grado. “Me siento bien en la escuela, la profesora me trata bien y tengo amigos venezolanos, colombianos y mexicanos. Son diferentes culturas de las que aprendo. Un día, uno de ellos dijo que algo quedó vergatario, así dicen cuando algo es chido”, compartió.
Alexa Muñoz, madre de Sofía, relata que su hija es migrante desde los 3 años, habiendo cursado educación en Venezuela, dos estados de Colombia y ahora México. La aceptación de Sofía en La Prensa Pemex ha transformado su vida. “Ella estaba aquí todo el santo día, viendo cosas que no debería. Ya una vez que se metió a la escuela tiene en qué pensar. Hizo amiguitos. Encajó rápido”, afirmó. Por ello, al igual que la mayoría de los habitantes del asentamiento irregular, Alexa teme que el fin del ciclo escolar traiga consigo un nuevo intento de desalojo, como ocurrió en abril pasado. “Estamos con esa incertidumbre porque si nos vamos los niños volverían a empezar”, concluyó, evidenciando la fragilidad de la estabilidad alcanzada.