
La presidenta pone el foco en la educación, no en la censura
Claudia Sheinbaum encendió el debate nacional al pronunciarse contra la censura directa de los narcocorridos.
En un momento clave para la seguridad pública, la presidenta de México dejó claro que, aunque algunos gobiernos locales han optado por limitar la difusión de esta música, su estrategia prioriza la construcción de una cultura de paz por encima de la prohibición.
El dilema de los narcocorridos en México
¿Prohibir o transformar?
Los llamados “corridos tumbados” y narcocorridos, géneros musicales que muchas veces hacen apología de la violencia y del crimen organizado, se han convertido en un fenómeno cultural difícil de ignorar. Su popularidad, especialmente entre las juventudes del norte y sur del país, ha provocado respuestas divididas por parte de las autoridades.
Mientras algunos estados y municipios optan por cancelar conciertos o vetar canciones en espacios públicos, Sheinbaum insiste en que la solución de fondo no está en la censura, sino en cambiar la narrativa cultural desde la raíz.
“Es mejor la educación que la prohibición”, afirmó la presidenta.
Un fenómeno que va más allá de la música
Los narcocorridos no sólo son canciones. Son una manifestación artística que, en muchos casos, refleja una realidad social marcada por la impunidad, la desigualdad y la violencia estructural. Para Sheinbaum, abordar el problema solo desde la superficie —es decir, silenciando a los artistas— no resuelve el conflicto real.
En su mensaje, la mandataria reconoció que hay casos extremos donde estos contenidos musicales se cruzan con actividades ilícitas, como ocurrió con un video recientemente viralizado donde un narcotraficante aparecía interpretando un corrido armado.
La apuesta por una cultura de paz
Educación como herramienta transformadora
Sheinbaum sostuvo que el gobierno federal debe trabajar en la promoción de artistas que ofrezcan otras narrativas, alejadas de la apología al crimen. Este planteamiento se alinea con políticas de prevención de violencia que buscan reducir los factores de riesgo en comunidades vulnerables, en lugar de aplicar medidas punitivas que suelen tener efectos temporales.
Además, remarcó que la población —en especial la juventud— debe ser parte activa de este cambio cultural. La transformación, dijo, no debe imponerse, sino construirse desde una convicción compartida de que otro tipo de contenidos artísticos también pueden ser atractivos, relevantes y populares.
¿Quién define lo que se puede cantar?
Uno de los temas más delicados en este debate es el límite entre libertad de expresión y responsabilidad social. Sheinbaum fue enfática: no debe haber censura directa. En su visión, el Estado debe ser promotor de nuevas formas de expresión, no un censor que impone silencios.
Esto resulta especialmente relevante en un país donde históricamente las expresiones culturales populares han sido estigmatizadas o invisibilizadas por sectores institucionales.
Feminicidio: otro frente sin concesiones
Cero impunidad, capacitación obligatoria
En la misma conferencia, Sheinbaum abordó otro tema crucial: los feminicidios. Aunque aparentemente desconectado del tema musical, el hilo conductor es claro: enfrentar las causas profundas de la violencia. En este caso, desde una perspectiva de género.
La presidenta fue tajante: debe haber cero impunidad en los casos de feminicidio. Para ello, dijo, las fiscalías deben cumplir con nuevas exigencias legales que les obligan a contar con equipos capacitados y con una visión especializada para atender estos crímenes.
“La mayor parte de los feminicidios son cometidos por personas cercanas a la víctima”, recordó.
Esta declaración refuerza la necesidad de una política de justicia más humana, informada y con enfoque preventivo, en línea con su planteamiento general sobre la violencia en México.
¿Qué implica esto para el sureste del país?
Una visión con eco en el Caribe Mexicano
En estados como Quintana Roo, donde el turismo, la migración interna y la desigualdad convergen, el discurso de Sheinbaum tiene implicaciones concretas. La música popular, incluidas las variantes del regional mexicano que hacen alusión a lujos, poder y crimen, ha ganado terreno entre jóvenes que encuentran en estos géneros un espejo de aspiraciones —muchas veces nacidas de contextos de exclusión.
Reprimir esa expresión sin atacar las causas de fondo solo puede desplazar el problema, no resolverlo.
Por otro lado, construir una cultura de paz implica también fortalecer espacios comunitarios, promover arte local y generar oportunidades reales para los jóvenes. En ciudades como Cancún, Playa del Carmen o Chetumal, esta visión podría traducirse en políticas públicas que impulsen casas de cultura, becas artísticas y festivales con enfoque social.
Narrativas en disputa: ¿qué cultura queremos?
Más allá del debate moral
El fondo de esta discusión es cultural. ¿Queremos una juventud educada en la normalización del crimen, o capaz de generar nuevas formas de representación? ¿Es el Estado quien debe decidir qué es arte y qué no lo es? ¿O debe simplemente asegurar condiciones para que todas las voces puedan expresarse en igualdad?
La propuesta de Sheinbaum apunta a un equilibrio delicado: promover el arte sin reprimirlo, educar sin moralizar, transformar sin imponer. No es una tarea fácil, pero abre la puerta a un debate urgente sobre la dirección cultural del país.
Una visión estratégica frente a la violencia
En lugar de aplicar la censura como remedio rápido, Claudia Sheinbaum propone una ruta de largo aliento: educación, promoción cultural y trabajo comunitario. Su mensaje desafía la lógica punitiva que ha caracterizado otras administraciones, y ofrece una visión que privilegia la raíz del problema: la cultura de la violencia.
Así como no se erradican los feminicidios solo con castigos, tampoco se elimina la narco-cultura silenciando canciones. Ambos problemas requieren una transformación profunda, articulada y socialmente inclusiva. El desafío es monumental, pero la propuesta abre una ventana hacia un país menos reactivo y más proactivo.