
Cada casa de concreto en Oxkutzcab o Tekax cuenta una historia: un hijo, una madre o un esposo que migró a Estados Unidos. Detrás de esas remesas, hay decisiones forzadas por la pobreza y sueños en riesgo ante una nueva amenaza fiscal.
La migración de Yucatán hacia Estados Unidos no es un fenómeno nuevo, pero sí uno que ha cobrado una relevancia económica crítica. Las remesas enviadas por migrantes yucatecos desde ciudades como Los Ángeles, Portland o Dallas representan un salvavidas para miles de familias. Ahora, una propuesta de gravamen del 5% amenaza con cortar ese hilo vital.
Un éxodo silencioso: de la crisis henequenera a los campos de California
De la migración interna al trampolín internacional
La migración yucateca no comenzó con aviones ni muros. Empezó con el colapso del henequén. En los años 70 y 80, los yucatecos se desplazaban hacia Cancún o Mérida, buscando empleo en el naciente sector turístico o en maquiladoras. Pero esa movilidad regional fue solo la antesala.
La privatización del campo, la reforma al Artículo 27 Constitucional y las sucesivas crisis económicas empujaron a miles más allá de la frontera. Para muchos, Cancún fue solo un trampolín. Allí aprendieron nuevas habilidades, conocieron otras culturas y establecieron los primeros vínculos con Estados Unidos.
Redes migratorias mayas y destino en expansión
Entre 1990 y 2020, se consolidaron corredores migratorios que unieron la Península con California y Oregón. Hoy, se estima que más de 350,000 yucatecos viven en Estados Unidos. Ciudades como San Francisco, Thousand Oaks, San Rafael o Portland son extensiones transnacionales de municipios como Tunkás, Peto o Cenotillo.
El perfil del migrante también cambió. Lo que comenzó como una migración masculina y circular dio paso a un flujo feminizado, familiar y más permanente. Madres solas, jóvenes y mujeres mayas comenzaron a protagonizar esta movilidad transnacional. La lengua maya, lejos de perderse, cruzó la frontera y fortaleció redes de identidad en la diáspora.
Las remesas: columna vertebral de la economía local
Más ingresos que la inversión extranjera
En 2024, Yucatán recibió 454 millones de dólares en remesas, una cifra que supera con creces los 148 millones de dólares de inversión extranjera directa (IED) captada ese mismo año. Esta diferencia subraya la centralidad de los migrantes en el modelo económico regional.
Municipios como Oxkutzcab (US$22.6 millones), Tekax (US$14.6 millones) y Peto, con más del 10% de hogares receptores, son ejemplos claros de esta dependencia. Incluso Mérida, que concentra un tercio de las remesas estatales, refleja la centralización de servicios financieros y la llegada de inversiones familiares urbanas.
Impacto directo en pobreza y desarrollo
Las remesas permiten a muchas familias escapar de la pobreza. Aunque no hay un estudio específico de CONEVAL para Yucatán, la evidencia nacional muestra que estos ingresos pueden ser decisivos. En municipios como Cenotillo o Mama, más del 10% de los hogares dependen de estos flujos para sobrevivir.
Además del consumo diario, las remesas financian viviendas de concreto, educación, salud, y en algunos casos, microempresas. También se canalizan de forma colectiva: clubes de migrantes han financiado clínicas, escuelas y baños comunitarios en sus pueblos de origen. Esta práctica fortalece el capital social y genera un impacto colectivo duradero.
El nuevo riesgo: impuesto del 5% a las remesas desde EE.UU.
¿Qué propone el proyecto?
La iniciativa, impulsada por sectores cercanos a Donald Trump, plantea un impuesto del 5% sobre las remesas enviadas por no ciudadanos. Es decir, afectaría a migrantes con green cards, visas temporales o estatus indocumentado. El cobro recaería sobre las empresas de envío como Western Union o Remitly.
Se estima que, si se aplicara de forma general, las familias yucatecas perderían hasta US$22.7 millones anuales, una cifra que podría cambiar el destino económico de comunidades enteras.
Consecuencias directas: menos ingresos, menos comida, más deuda
La reducción del poder adquisitivo
Si una familia recibe US$400 al mes, perdería US$20 por concepto del impuesto. Esto puede parecer marginal, pero en una economía donde el salario promedio mensual en Yucatán es de $7,390 MXN, ese dinero representa la diferencia entre pagar la luz o no.
Con menos recursos, las familias tendrían que recortar en consumo básico, educación o salud. El bienestar general se deterioraría, especialmente en zonas rurales.
Efectos colaterales: informalidad, fuga y mayor migración
Vuelta a los canales informales
Un impuesto de este tipo incentivaría el uso de métodos no bancarizados: encomiendas, viajeros, cadenas de confianza. Aunque estos métodos eluden el impuesto, también carecen de seguridad, transparencia y protección para el usuario.
Esto representa un retroceso en la inclusión financiera de las comunidades receptoras.
Presión migratoria al alza
Si las remesas disminuyen, el sustento de muchas familias se ve comprometido. Eso puede empujar a más personas —incluso jóvenes o menores de edad— a migrar en condiciones irregulares para compensar la pérdida económica.
Paradójicamente, el impuesto podría generar más migración, no menos.
El peso invisible que llevan las mujeres
En Yucatán, las principales administradoras de remesas son mujeres. Ellas deciden qué se paga, qué se ahorra y qué se sacrifica. Un recorte en estos ingresos afectaría directamente su margen de acción, su estabilidad emocional y la calidad de vida de sus hijos.
Además, podría profundizar desigualdades de género ya existentes, especialmente en zonas rurales o indígenas.
Respuesta política: entre el rechazo mexicano y el silencio estructural
Rechazo en el Senado mexicano
El Senado ha condenado la propuesta, señalando que implica una doble tributación para trabajadores que ya contribuyen fiscalmente en EE.UU. y que afectaría la economía de ambos países.
Sin embargo, la reacción institucional ha sido más simbólica que estratégica. Aún no existe un plan nacional de contención, ni una respuesta local para mitigar posibles impactos.
¿Yucatán puede vivir sin remesas?
Desarrollo endógeno como alternativa
La dependencia de las remesas es un síntoma de un modelo económico desigual. A largo plazo, Yucatán necesita alternativas productivas: agroindustria, turismo comunitario, energías renovables, manufactura.
También necesita políticas públicas que fomenten la inversión de remesas en proyectos productivos, no solo en consumo. Hoy, esa canalización ocurre en pequeña escala y sin respaldo institucional.
Entre lo transnacional y lo local, una economía en disputa
La migración y las remesas son más que números: son la red invisible que sostiene a miles de familias. En Yucatán, esta red ha reemplazado al Estado en muchas funciones. Pero ahora, enfrenta un riesgo existencial.
Un impuesto del 5% podría destruir esa frágil arquitectura. No solo reduciría el ingreso familiar: amenazaría el consumo local, fomentaría la informalidad, aumentaría la migración irregular y golpearía a las mujeres más vulnerables.
La respuesta debe ser múltiple: binacional y local, económica y social, estratégica y humana. Porque cada remesa lleva más que dinero: lleva identidad, esperanza y sobrevivencia.