Manuel Antonio Ay: El supremo revoltoso y atrevido cacique maya de Chichimilá

Monumento recuerda a Manuel Antonio en Chichimilá. Fotografía de Gilberto Avilez, 2013

Por Gilberto Avilez Tax

¿Quién fue Manuel Antonio Ay Tec? Para acercarnos a la vida de este “proto-mártir” de la Guerra de Castas, podemos apuntar el trabajo de La Asociación Cívica de Yucatán (texto de 1956) que señala algunos trazos biográficos de don Manuel, así como su proceso de ejecución; y el desparecido marxista Fidelio Quintal Martín elaboró un bosquejo de la vida del “mártir”, así como tocó también su proceso y ejecución de este “caudillo campesino de Chichimilá”.1

Sabemos, sin embargo, que al momento de su muerte la tarde del 26 de julio de 1847 en la plaza de Santa Ana de Valladolid, contaba entre 28 y 30 años, y tenía, por lo que se sabe, un hijo. Como Cecilio y otros batabes de los pueblos, había escuchado y acudido al grito falaz de la sociedad ladina yucateca, en sus guerras contra el centralismo mexicano y sus pugnas interiores: “Hijos de Tutul Xiu y de Cocom: sois los leales hijos, sois los defensores de la patria y pronto la patria os recompensará”2. En su memorable Historia política que aparece en un tomo de la Enciclopedia Yucatanense, Albino Acereto le dio un carácter secundario al batab de Chichimilá. Acereto argumentó que Cecilio Chi, “más comprometido que Ay”, tomó el camino de la guerra junto con el otro batab de Tihosuco y hombre poderoso en cuanto a sus reales: Jacinto Pat. El historiador meridano aseguró que Chi, uno de los tres conjurados caciques del oriente, “hombre valiente, ambicioso y cruel, fue el alma del movimiento, y con todas las dotes de un caudillo, amo de los suyos, le siguieron hasta donde y en la forma que él quería”.3 El historiador González Navarro, en su indispensable libro Raza y tierra, nos dio una estampa del contrastante carácter y hasta de la diversa condición étnica y socioeconómica de los tres caudillos iniciales, que muchos románticos de toda laya de la Guerra de Castas, obliteran o intentan no opinar al respecto:

“Precisamente los tres principales jefes de la guerra de castas iniciada en Tepich en 1847 (Manuel Antonio Ay, Cecilio Chi y Jacinto Pat) eran caciques, respectivamente, de Chichimilá, Tepich y Tihosuco. Ay y Chi tenían en común haber peleado en las guerras civiles; el primero en la toma de Valladolid en enero de 1847, el segundo en el asalto a Campeche en octubre de 1842. Chi pasaba por ser el más sanguinario de todos: búho, gavilán, buitre, águila, zorro, hiena, pantera, tigre, etc., son los animales con que le compararon algunos de sus enemigos. Su programa consistía en el total exterminio de los no indios. Ay, en cambio, se conformaba con expulsarlos de Yucatán. Aunque los tres eran caciques, Cecilio era pobre, Jacinto latifundista, bien relacionado con los más ricos comerciantes de Tekax, Mérida y Campeche. Pat, además, no era indio sino mulato. Por esta razón, según algunos, no participaba del feroz odio de Cecilio contra los blancos; sin embargo, Manuel Antonio era indio como Cecilio y no odiaba a los blancos como éste”.4

Los factores de la guerra de castas han sido abordados en otros trabajos,5 aquí solo me resta hablar del clima de zozobra producido para esas fechas de julio, desde el mes de enero de 1847 con el saqueo de Valladolid, donde la población indígena se ensañó contra una rancia sociedad blanca vallisoletana.6 Se cometieron desmanes, la sangre corrió, y en Valladolid y toda la región del oriente (donde se encontraban los pueblos de Chichimilá, Tixcacalcupul, Tepich y Tihosuco), la situación política fue frágil.7 Para mediados de julio, por medio del dueño de la hacienda Acanbalam, Miguel Gerónimo Rivero, el coronel Eulogio Rosado supo que en Culumpich, hacienda de Pat, indios de Chichimilá y de otros pueblos cercanos como Tixhualahtún, Dzitnup, Tixcacalcupul, Xocén y Ebtún, acudían a llevar provisiones y pertrechos para una posible guerra. En la causa instruida a Manuel Antonio Ay se lee que en el punto llamado Tzab, los indios habían desembarcado “un número de armas de Belice, las que fueron conducidas al rancho Culumpich de la propiedad del cacique de Tihosuco, Francisco Pat en el que se están reuniendo indios para armarse”.8

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De inmediato, en la mente del coronel Rosado surgió la idea de que se fraguaba una conspiración de los indios contra los blancos y cuyos jefes principales eran Manuel Antonio Ay, cacique de Chichimilá, Cecilio Chi, cacique de Tepich y de Ichmul, Jacinto Pat de Tihosuco, y el causante principal de los destrozos y la matazón de enero en Valladolid, Bonifacio Novelo. En la carta que el 22 de julio de 1847 Eulogio Rosado le escribiera al gobernador de Yucatán Domingo Barret, le informaba de una supuesta conspiración de los indios de Chichimilá que estaban comunicados con el batab de Tepich e Ichmul, Cecilio Chi, y que “el cabecilla principal” era “el supremo revoltoso y atrevido indígena Manuel Antonio Ay”:

Afortunadamente, acabo de descubrir una conspiración en el maldito pueblo de Chichimilá, el que con otros pueblos más de este partido se hayan en comunicación con Cecilio Chi que encabeza los indios, que se están reuniendo en el rancho Culumpich para levantarse contra el Gobierno y los blancos. El cabecilla principal que lo es el supremo revoltoso y atrevido indígena Manuel Antonio Ay, lo tengo seguro, y he mandado instruir contra él un breve sumario, y estoy resuelto á fusilarlo sobre la marcha para que sirva de un ejemplar escarmiento. Esta medida la exije (sic) imperiosamente la salvación de este Departamento y aun la del Estado, y es menos malo hacer correr la sangre de un criminal, que la de ver derramada á torrentes, la de una multitud de inocentes, pues los bárbaros indios no dan cuartel á ninguna persona sin distinción de clases, edades y sexo. A grandes males, señor D. Domingo, grandes remedios”.9

Rosado dio cuenta al gobernador Barret de esto, y momentos después, ante él se presentó un tal Antonio Rajón (o Rejón) para manifestar que al cacique de Chichimilá, que bebía en su establecimiento unos días antes, se le había descubierto una carta en su sombrero. ¿Es creíble que en una taberna de Chichimilá, al calor de la bebida, Manuel Antonio Ay hablaría de más, jactándose de que el día tal y tal iban a levantarse contra los blancos, y se le descubriera una supuesta carta de conspiración “étnica”? Me parece, más bien, que se trata de un montaje de lo más burdo hecho por Eulogio Rosado.

Era una supuesta carta de Cecilio Chi.10 ¿Y que supuestamente contenía esa hipotética carta? En El Machete y la Cruz, el gran guerracastólogo Dumond trascribe lo que Chi supuestamente le escribió a Ay en dicha carta: 

Dígame cuántos pueblos están involucrados en el asunto. Mi intención es atacar Tihosuco. Ellos están sobre mis pasos aquí, así es que déme dos o tres días de aviso antes de venir a reunirse conmigo”.

Desde luego, concuerdo con Dumond en los indicios de que esta carta tal vez fue creada para buscar un culpable: estaba escrita en español, y durante aquella época los caciques mayas preferían escribir en maya sus cartas y proclamas11; en el posterior interrogatorio que le harían a Manuel Antonio, éste manifestó no ser capaz de leer la carta de Chi, por no saber español. Los interrogatorios y las averiguaciones siguieron. En el cateo que se le hizo en su casa, a Manuel Antonio le encontraron una carta, no comprometedora, dirigida al prófugo Bonifacio Novelo, y una serie de listas de personas que habían contribuido con dinero para fines desconocidos.12

Siendo verdad o no la inminente conflagración racial, Rosado actuó de inmediato. Apresó a Ay y lo ejecutó sin más ni más en un “breve sumario” para que su muerte sirviera de escarmiento a los indios de la región. Pues como le informaba días previos al 26 de julio de 1847 en una carta al gobernador Domingo Barret, la región oriental estaba tensa posterior del saqueo de Valladolid de enero de ese año, y que:

Bonifacio Novelo, y otros famosos criminales fugados vagan por los pueblos y ranchos alarmando a la indiada. Se han ofrecido dispensarlo del pago de contribución y del derecho de estola: muchos indios titulan á Novelo por su Gobernador. Usted dirá á que estado han llegado y solo fusilando inmediatamente á cuanto indio conspirador caiga, así como sus cabecillas se podrá salvar este Departamento… Si vamos á observar las fórmulas de la ley con los conspiradores, á ésta y á nosotros, nos cargará el diablo sin poderlo remediar… En fin, puede usted estar seguro que yo y los oficiales de esta guarnición haremos vigorosa defensa: pero siempre resueltos á no dar cuartel á los indios que se sublevan. Se exige la conservación de nuestra propia existencia”.13

La escena de la ejecución de Manuel Antonio Ay en Valladolid fue recogida en las memorias de don Felipe Cámara Zavala que aparecieron dominicalmente entre agosto y septiembre de 1928 en el Diario de Yucatán, y que Nelson Reed sintetizó en las siguientes breves líneas:

“Lo llevaron a la capilla de Santa Ana, en un barrio de Valladolid, y al día siguiente, 26 de julio, lo condujeron ante el pelotón de ejecución. No había debilidad en aquella pequeña figura oscura de calzón y camisa blancos, descalzos, sin sombrero, escoltada por infantería y caballería. Su gente había venido de los innúmeros pueblitos vecinos para verle morir, se metía en la ciudad desde la mañana temprano y su número obstruía las calles. Toda la guarnición estaba sobre las armas, con cañones cargados emplazados en importantes intersecciones. Se esperaban disturbios, pero los mayas obedecieron humildemente las órdenes y contemplaban los preparativos con los ojos fijos y su acostumbrado silencio. ‘Preparen las armas. Apunten. ¡Fuego!’. Y mientras la descarga repercutía enviando ecos por la plaza y bandas de buitres a lo alto, Manuel Antonio se derrumbaba junto a una pared acribillada de balas. Era el comienzo de la profecía de muerte”.14

Manuel Antonio fue asesinado la tarde del 26 de julio de 1847 en el parque de Santa Ana de la ciudad oriental de Valladolid, siendo su cadáver expuesto por más de una hora para ejemplo de la “indiada” de la región.

Chichimilá llora a su cacique

La muerte de Ay marcaría un rumbo preciso en la supuesta “conjura general” de los batabes de la Península, y en Chichimilá, lugar en el que Felipe de la Cámara Zavala había devuelto el cadáver de su llorado cacique el mismo día de su fusilamiento en la ermita de Santa Ana de Valladolid, a las 8 de la noche de ese mismo 26 de julio de 1847 se comenzó a oír “el inmenso clamor de los indios que lamentaban la muerte de su padre y protector, del sol que los alumbraba y dirigía.”

Los indios de Chichimilá llorarían aquella noche del 26 de julio a su batab, y esto pondría en guardia permanente a los otros conjurados de la rebelión que comenzaba a correr como reguero de pólvora desde Tepich, Tihosuco, Culumpich, Ekpedz, Majas, Ichmul, Dzonotchel, Peto, Tahdziu y tantos pueblos del oriente y el sur que secundaron el grito de Rebelión de Cecilio proferido el 30 de julio de 1847. La rabia había empezado en Chichimilá.

Un mes después del inicio de la guerra, Manuel Antonio había entrado al panteón de los héroes del pueblo maya que habían ofrendado su vida por la libertad.  Para agosto de 1847, en el rancho Acanbalam y el pueblo de Pisté, había aparecido “un cartel que dejaron los indios firmado con el nombre de Manuel Ay y Jacinto Canek”, a quienes invocaban como mártires de su guerra de libertad. En menos de un mes de iniciadas las hostilidades, la proclama anónima claramente hacía referencia a las “milpas” de los rebeldes, así como a la falta de credibilidad de la palabra de los dzules. Ay y Canek, emparentados en el martirio, se habían convertido en símbolos de una lucha que apenas iniciaba.15

La muerte de Ay marcaría un rumbo preciso en la conjura general –ahora sí, conjura hecha y derecha- de los batabes de la Península. La Guerra de Castas, esa Gran Guerra que devoró como una manga de langosta a la Península, había dado inicio con la muerte de Ay y el posterior grito de Cecilio en Tepich, y pronto los batabes de los pueblos –indios y mestizos- secundarían los ejércitos que crecerían desde Culumpich para sitiar a Mérida y tirar al mar al señor Obispo y a todo blanco enemigo: Bonifacio Novelo, Barrera, el “martillo de Yucatán” Crescencio Poot, y tantos otros que vendrían después como el comandante Sóstenes Mendoza, más que caudillos, podemos visibilizarlos como unos héroes que lucharon contra la colonialidad del poder, por hacer del Yucatán de las élites meridanas del siglo XIX, un lugar mejor para vivir. Podemos estar de acuerdo que, con el asesinato de Manuel Antonio Ay, la Gran Guerra había dado comienzo. Terminamos estas líneas con un relato de historia oral en el que se “mitifica” esta solidaridad de estos héroes que hicieron la guerra al despojo y la avaricia meridana, y que fue recogido en años recientes en el centro de Quintana Roo. Reza así:

Cuando mataron a Manuel Antonio Ay se enojó don Cecilio Chi contra los españoles, porque mataron al pobre hombre. Por eso les hizo frente a los españoles, y así lo odiaron y le dijeron que también a él lo matarían. Porque los españoles ya se creían dueños de esta tierra. Lo que pasó es que mataron a don Cecilio Chi. Pero don Jacinto Pat no era de aquí [del centro de Quintana Roo]; venía de Maxcanú. Él, como vino a Chichimilá, vio qué les sucedió a las personas. Cuando vio que mataron a Cecilio Chi, le dolió, y le dijo a un señor de Chichimilá, don Crescencio Poot: “¿Cómo lo ves? Yo no estoy de acuerdo con lo que han hecho los españoles”. Los dos querían vengar las muertes […]”16

Manuel Antonio Ay, según el lápiz del pintor carrilloportense, Marcelo Jiménez.

 

1 Fidelio Quintal Martín. “Proceso y ejecución de Manuel Antonio Ay Tec, Caudillo Campesino de Chichimilá”. BFCAUADY, 1986, pp. 21-43.

2 Sobre la participación de la sociedad maya en las luchas políticas y militares de la sociedad blanca yucateca contra el centralismo mexicano, véase el estudio de Arturo Taracena: De héroes olvidados. Santiago Imán, los huites y los antecedentes bélicos de la Guerra de Castas, Mérida, Universidad Autónoma de México, 2013.

3 Albino Acereto. “Historia política desde el descubrimiento europeo hasta 1920”, en Enciclopedia Yucatanense. Tomo III. Edición oficial del gobierno de Yucatán. Ciudad de México. 1947, p. 233.

4 Moisés González Navarro. Raza y tierra. La guerra de castas y el henequén. México. COLMEX, 1979, p. 76.

5 Causas de larga duración son el sistema colonial y neocolonial; las causas coyunturales: la cuestión agraria, los impuestos onerosos a la sociedad indígena, la fuerza que ésta experimento en las guerras de los blancos, y un punto importante: la crisis de los batabes ante un nuevo panorama postindependista.

6 Sobre el saqueo de Valladolid, véase Gilberto Avilez: “Cuatro eventos claves que detonaron la Guerra de Castas”. Caribe Peninsular, 7 de julio de 2022.

7 Terry Rugeley. “La Guerra de Castas: causas y consecuencias”, en Sergio Quezada et al (coordinadores). Historia General de Yucatán. Yucatán en la construcción de la nación, 1812-1876. Tomo III. Mérida. Ediciones de la Universidad de Yucatán. 2014, p. 151.

8 “Causa de Manuel Antonio Ay”, en Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. Antología. Tomo IV. La Guerra de Castas. Recopilación de textos: Lorena Careaga Viliesid. Fondo de Fomento Editorial del Gobierno del Estado de Quintana Roo. No especifica año de edición.

9 AGEY. Poder Ejecutivo, Secretaría de Guerra y Marina, Milicia. Eulogio Rosado a Domingo Barret manda un informe de los acontecimientos de Chichimilá y solicita castigo ejemplar, c. 163, vol. 113, exp. 74, fojas 2 (1847).

10 Albino Acereto. “Historia política desde el descubrimiento…” p. 231.

11 Véase algunas cartas de los caciques y batabes mayas de la Guerra de Castas, editas en forma de libro por Fidelio Quintal Martín: Correspondencia de la Guerra de Castas: epistolario documental, 1843-1866, Mérida, Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1992.

12 Don Dumond. El Machete y la Cruz. La sublevación de campesinos en Yucatán. México. UNAM. 2005, pp. 138-140.

13 AGEY, Poder Ejecutivo, sección Secretaría de Guerra y Marina, serie Milicia, Eulogio Rosado a Domingo Barret manda un informe de los acontecimientos de Chichimilá y solicita castigo ejemplar, c. 163, vol. 113, exp. 74, fojas 2 (1847). La carta está firmada por Eulogio Rosado el día 22 de julio de 1847.

14 Nelson Reed. La Guerra de Castas de Yucatán. México: ERA, 1971, p. 64.

15 José Tec Poot. “Traducción y análisis de la Proclama de Manuel Antonio Ay y Jacinto Canek”, enBoletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, enero-febrero de 1980, año 7, No. 40, pp. 58 y 61.

16 Pedro Bracamonte y Sosa. Después de 2012. Libro de la memoria y vaticinios mayas, México: CIESAS, 2014.

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