
En política, las alianzas rara vez nacen del amor. Son, casi siempre, un pacto de conveniencia temporal.
Y la relación entre Morena y el Partido Verde en Quintana Roo no es la excepción. Es más: podría ser el mejor ejemplo.
Desde hace siete años, ambas fuerzas han gobernado como un bipartito en el Caribe mexicano. Pero eso no significa que el vínculo sea inquebrantable y para siempre.
En lo nacional, el PVEM ha hecho de las alianzas su especialidad: lo mismo ha caminado con el PAN, que con el PRI, y ahora con Morena. En lo local, ha sabido ser un partido satélite del poder. En 2005, por ejemplo, el PRI le entregó la sindicatura en Cancún. La relación se enfrió, pero en 2013 renació con fuerza: Paul Carrillo, entonces alcalde, nombró a un síndico y un secretario del Ayuntamiento provenientes del Verde.
En 2016, la fórmula se invirtió: el Verde se quedó con la presidencia municipal, el PRI con la Secretaría del Ayuntamiento. Pero el pacto no aguantó el trienio. Poco después, con la llegada de la 4T, el Verde abandonó al PRI y se subió al tren de Morena. Y en ese salto, varios de sus cuadros quintanarroenses se mudaron directamente a la bancada guinda en San Lázaro.
En lo local, desde 2019, Morena y el Verde han integrado una mayoría legislativa cada vez más sólida en el Congreso local. Y han tenido referentes verdes muy visibles: José de la Peña, Gustavo Miranda, Renán Sánchez Tajonar.
Pero nada es para siempre.
La líder estatal del Partido Verde, Karen Castrejón, amagó con ir solos en las elecciones de 2027.
Horas antes, la gobernadora Mara Lezama recordó que su única militancia ha sido con Morena.
Esta alianza ha sido muy efectiva, pero poco a poco empieza a verse menos conveniente.
Quizá sería excesivo anticipar una ruptura, pero a lo mejor terminan renegociando los términos de su unión por conveniencia.