La Doctrina Monroe, proclamada en 1823, ha mutado de escudo defensivo a pilar de la hegemonía estadounidense. Un análisis profundo revela su resurgimiento en agosto de 2025 bajo Donald Trump, marcando un pivote geopolítico clave.
La génesis de un hemisferio: «América para los americanos»
La Doctrina Monroe no surgió como una mera proclama de fuerza, sino como una calculada maniobra geopolítica. Fue producto de la inseguridad y la oportunidad en un volátil mundo posnapoleónico, una declaración de ambición futura que, inicialmente, fue apuntalada por el poder de otros.
El crisol geopolítico de 1823
El contexto internacional de principios de la década de 1820 estaba cargado de amenazas para la joven república estadounidense. Tras la derrota de Napoleón, las monarquías conservadoras de Europa, organizadas en la «Santa Alianza» (Rusia, Prusia y Austria), contemplaban ayudar a España a restaurar su dominio colonial sobre las naciones latinoamericanas recién independizadas. Esta perspectiva alarmó a Washington, que temía el restablecimiento de imperios europeos en sus fronteras, amenazando así su propia seguridad e independencia.
Simultáneamente, el expansionismo del Imperio Ruso representaba una amenaza más directa. En 1821, el zar Alejandro I emitió un ukase (decreto) que extendía los reclamos de Rusia en la costa del Pacífico de América del Norte desde Alaska hasta el paralelo 51, adentrándose en el Territorio de Oregón, y declaraba las aguas circundantes como *mare clausum* (mar cerrado). Esta medida era una afrenta directa a las ambiciones continentales de Estados Unidos.
En este escenario, Estados Unidos era una nación con un poder militar considerablemente inferior al de las grandes potencias europeas. Su política exterior se había guiado por un principio de aislacionismo y neutralidad para evitar enredarse en las perennes guerras europeas, desde el discurso de despedida de George Washington. La Doctrina Monroe, por lo tanto, representó una audaz extensión de este principio: buscaba separar formalmente las «dos esferas» de influencia, la del Viejo Mundo y la del Nuevo. Aunque fue anunciada por el presidente James Monroe en su séptimo mensaje anual al Congreso el 2 de diciembre de 1823, su principal arquitecto intelectual fue su Secretario de Estado, John Quincy Adams.
Los tres pilares: Principios y ambigüedades
El texto de la doctrina se articulaba en torno a tres principios fundamentales que definieron la postura estadounidense:
- No colonización: Declaraba que «los continentes americanos… no podrán considerarse ya como campo de futura colonización por ninguna potencia europea». Este punto estaba dirigido explícitamente a los reclamos rusos en el noroeste y a cualquier otra ambición colonial europea.
- No intervención: Sostenía que cualquier intento de las potencias europeas de extender su sistema monárquico a cualquier porción del Hemisferio Occidental sería considerado «peligroso para nuestra paz y seguridad». Esto era una advertencia directa a la Santa Alianza.
- Separación hemisférica: A cambio, Estados Unidos se comprometía a no interferir en las colonias europeas existentes ni en los asuntos internos de las naciones europeas, estableciendo formalmente la política de las «dos esferas».
La frase que llegó a encapsular la doctrina, «América para los americanos», fue reconocida de inmediato por su potente ambigüedad. Mientras que en la superficie parecía una declaración de solidaridad panamericana contra el colonialismo europeo, observadores astutos en América Latina se preguntaron a qué «americanos» se refería realmente. La advertencia profética del estadista chileno Diego Portales, escrita en 1822, un año antes de la proclamación, capturó perfectamente este temor latente: «¡Cuidado con salir de una dominación para caer en otra!». Esta frase prefiguraba el potencial hegemónico que yacía latente en la doctrina, una dualidad que permitiría su futura transformación.
Una doctrina apuntalada por la pax britannica
Un hecho crítico, a menudo subestimado, es que la eficacia inicial de la Doctrina Monroe no dependía del poder estadounidense, sino del poder naval de Gran Bretaña. El Reino Unido, tras las guerras napoleónicas, había establecido lucrativas relaciones comerciales con las nuevas repúblicas latinoamericanas y tenía un interés estratégico en evitar el retorno del control mercantilista español o francés. La Marina Real Británica, la fuerza naval más poderosa del mundo, era la verdadera garante de la independencia del hemisferio frente a otras potencias europeas.
Estados Unidos, en ese momento, carecía de la capacidad naval para hacer cumplir la doctrina por sí solo, un hecho del que las potencias europeas eran plenamente conscientes. Por lo tanto, la doctrina fue, en sus inicios, una declaración estratégica audaz, un «bluf» geopolítico cuyos dientes no los proporcionaba Washington, sino la convergencia de intereses con la superpotencia marítima de la época. Esta dependencia quedó demostrada por la inacción de Estados Unidos durante varias intervenciones europeas en el siglo XIX en las que los intereses británicos no estaban alineados o estaban del otro lado, como la ocupación británica de las Islas Malvinas en 1833, el bloqueo francés de las costas argentinas entre 1839 y 1840, y la ocupación española de la República Dominicana entre 1861 y 1865. La doctrina solo se aplicaba cuando los intereses de Estados Unidos coincidían con su capacidad para actuar o cuando otra potencia (Gran Bretaña) hacía el trabajo pesado.
De la doctrina a la dominación: La construcción del «patio trasero»
A lo largo del siglo XIX y principios del XX, la Doctrina Monroe experimentó una metamorfosis radical. Pasó de ser una postura defensiva a convertirse en la principal justificación ideológica para el expansionismo territorial, el intervencionismo militar y el establecimiento de la hegemonía estadounidense en la región, consolidando la percepción de América Latina como su «patio trasero».
La era de la expansión: El destino manifiesto y el corolario de Polk
Durante el siglo XIX, la Doctrina Monroe se fusionó ideológicamente con el concepto del «Destino Manifiesto», la creencia popular de que Estados Unidos tenía una misión divina para expandirse a través del continente norteamericano. Esta fusión proveyó un barniz de justificación geopolítica y moral para la adquisición de territorios.
La primera reinterpretación significativa de la doctrina llegó con el presidente James K. Polk en 1845. Polk invocó explícitamente la Doctrina Monroe no para defender a una nación latinoamericana, sino para justificar la anexión de Texas y para afirmar los reclamos estadounidenses sobre el territorio de Oregón frente a Gran Bretaña. Este «Corolario de Polk» transformó la doctrina de un escudo contra la colonización europea en una espada para la expansión estadounidense. Esta política condujo directamente a la Guerra Mexicano-Estadounidense (1846-1848), un conflicto que resultó en la cesión forzada por parte de México del 55% de su territorio, incluyendo los actuales estados de California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y partes de otros.
El corolario de Roosevelt y el «gran garrote»: El policía del hemisferio
Para finales del siglo XIX, Estados Unidos se había convertido en una potencia industrial y militar en ascenso. El pretexto para la evolución más drástica de la doctrina fue la Crisis de Venezuela de 1902-1903, durante la cual potencias europeas como Alemania, el Reino Unido e Italia impusieron un bloqueo naval a Venezuela para forzar el pago de deudas pendientes.
En respuesta, el presidente Theodore Roosevelt, en su mensaje anual al Congreso de 1904, articuló lo que se conocería como el «Corolario de Roosevelt». Esta adenda alteró radicalmente el significado de la doctrina original. Si la Doctrina Monroe prohibía la intervención europea, el Corolario de Roosevelt afirmaba el derecho de Estados Unidos a intervenir de manera preventiva en los asuntos internos de las naciones de América Latina y el Caribe para corregir «agravios crónicos» o una «impotencia» que pudiera invitar a la intervención de potencias externas.
Con esta declaración, Estados Unidos se autoproclamó el «policía internacional» del Hemisferio Occidental. Este fue el fundamento ideológico de la política del «Gran Garrote» (*Big Stick*), resumida en el proverbio africano «habla suavemente y lleva un gran garrote; llegarás lejos». A partir de entonces, la diplomacia estadounidense en la región estaría respaldada por la amenaza creíble y el uso frecuente de la fuerza militar.
Un siglo de intervención: La doctrina en acción
El Corolario de Roosevelt inauguró un período de intervencionismo estadounidense sin precedentes. La doctrina se convirtió en la justificación para una serie de ocupaciones militares, a menudo para proteger los intereses de corporaciones estadounidenses (como la United Fruit Company) y asegurar activos estratégicos.
Las «Guerras Bananeras» y el imperialismo económico: Este período incluyó intervenciones clave:
- Panamá (1903): Washington apoyó activamente la secesión de Panamá de Colombia para garantizar los derechos de construcción y control a perpetuidad del Canal de Panamá, una arteria vital para el comercio y el poder naval estadounidense.
- Cuba (1898-1934): Tras intervenir en la guerra de independencia cubana contra España, Estados Unidos ocupó la isla e impuso la Enmienda Platt en su constitución. Esta enmienda otorgaba a EE. UU. el derecho a intervenir en los asuntos cubanos cuando lo considerara necesario y le permitió establecer la base naval de la Bahía de Guantánamo.
- Nicaragua (1912-1933), Haití (1915-1934) y República Dominicana (1916-1924): Estas naciones sufrieron largas ocupaciones militares estadounidenses destinadas a estabilizar sus finanzas (a menudo en beneficio de bancos de Nueva York), reprimir levantamientos populares e instalar gobiernos favorables a los intereses de Washington.
La Guerra Fría: Un nuevo pretexto para la hegemonía: Durante la Guerra Fría, el pretexto del intervencionismo se desplazó de la prevención de la influencia europea a la contención de la expansión del comunismo soviético. La Doctrina Monroe fue adaptada para legitimar una nueva ola de intervenciones, tanto encubiertas como directas:
- Operaciones encubiertas: El ejemplo más notorio fue el golpe de estado de 1954 en Guatemala, orquestado por la CIA para derrocar al gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz, cuyas reformas agrarias afectaban los intereses de la United Fruit Company.
- Apoyo a dictaduras: Estados Unidos respaldó a numerosas dictaduras militares anticomunistas en toda la región, a menudo a través de iniciativas como la Operación Cóndor, una campaña coordinada de represión política y terrorismo de estado.
- Intervenciones militares directas: La invasión de la República Dominicana en 1965 para aplastar una revuelta que buscaba restaurar a un presidente electo, bajo el pretexto de evitar «otro Cuba», y la invasión de Granada en 1983 para derrocar a un gobierno de izquierda.
La maleabilidad de la Doctrina Monroe demostró ser su mayor fortaleza como herramienta de política exterior. No era un principio estático, sino un marco ideológico elástico que podía ser estirado y reformado para justificar la hegemonía estadounidense bajo cualquier pretexto que las circunstancias requirieran. El término «patio trasero» (*backyard*) se convirtió en algo más que una descripción geográfica; reflejaba una mentalidad política y psicológica de propiedad, jerarquía y un derecho percibido a gestionar y disciplinar a las naciones de la región. La doctrina no solo permitió intervenciones físicas, sino que creó la base ideológica para una relación asimétrica en la que la soberanía latinoamericana era, en la práctica, condicional y subordinada a los intereses de Washington.
A continuación, se presenta una tabla que resume algunas de las intervenciones más significativas de Estados Unidos en la región, ilustrando el patrón y la frecuencia con que la doctrina y sus corolarios se tradujeron en acción directa.Tabla 1: Intervenciones clave de ee. uu. en américa latina y el caribe (1900-1990)
Fechas | País | Tipo de Intervención | Justificación Declarada / Doctrina Invocada | Resultado / Legado |
1903 | Panamá | Apoyo a la secesión, presencia militar | Intereses estratégicos (Canal) / Corolario Roosevelt (implícito) | Creación de Panamá, Tratado Hay-Bunau-Varilla otorga a EE. UU. control del Canal. |
1898–1902; 1906–1909 | Cuba | Ocupación militar | Estabilización post-guerra, protección de intereses de EE. UU. / Enmienda Platt | Imposición de la Enmienda Platt, establecimiento de la base de Guantánamo. |
1912–1933 | Nicaragua | Ocupación militar | Proteger intereses económicos, estabilización política / Corolario Roosevelt | Creación de la Guardia Nacional, ascenso de la dinastía Somoza. |
1915–1934 | Haití | Ocupación militar | Estabilización política y financiera / Corolario Roosevelt | Control de las finanzas haitianas, reescritura de la constitución, legado de inestabilidad. |
1916–1924 | Rep. Dominicana | Ocupación militar | Desorden interno, protección de intereses de EE. UU. / Corolario Roosevelt | Control militar y financiero, creación de una fuerza policial centralizada. |
1954 | Guatemala | Golpe de estado encubierto (CIA) | Amenaza comunista (reforma agraria) / Doctrina Monroe (Guerra Fría) | Derrocamiento del gobierno de Árbenz, décadas de guerra civil y represión. |
1961 | Cuba | Invasión fallida (Bahía de Cochinos) | Lucha contra el comunismo de Castro / Doctrina Monroe (Guerra Fría) | Fracaso humillante para EE. UU., consolidación del régimen de Castro. |
1965 | Rep. Dominicana | Invasión militar | Evitar un «segundo Cuba» / Doctrina Monroe (Guerra Fría) | Se aplasta la revuelta pro-democracia, se instala un gobierno conservador. |
1973 | Chile | Apoyo encubierto al golpe de estado | Contener el socialismo de Allende / Doctrina Monroe (Guerra Fría) | Derrocamiento del gobierno de Allende, inicio de la dictadura de Pinochet. |
1983 | Granada | Invasión militar | Proteger a ciudadanos de EE. UU., restaurar la democracia / Doctrina Monroe | Derrocamiento del gobierno revolucionario, reafirmación de la hegemonía de EE. UU. |
1989 | Panamá | Invasión militar | Capturar a Manuel Noriega por narcotráfico / Intereses de EE. UU. | Derrocamiento de Noriega, instalación de un nuevo gobierno, reafirmación del control sobre el Canal. |
El resurgimiento de 2025: El narcoterrorismo como nueva frontera
En el escenario hipotético de agosto de 2025, la Doctrina Monroe es explícitamente resucitada, no como una reliquia histórica, sino como una herramienta activa y contundente de la política exterior de la segunda administración Trump. El nuevo pretexto para la intervención ya no es el comunismo ni la influencia europea, sino la amenaza existencial del «narcoterrorismo».
La doctrina Trump 2.0: Monroísmo de «América primero»
El resurgimiento de la doctrina se enmarca dentro de la filosofía de «América Primero», que prioriza la acción unilateral, las relaciones transaccionales y un enfoque láser en las amenazas directas a la seguridad nacional y los intereses económicos de Estados Unidos. Esta visión del mundo es inherentemente monroísta, ya que ve el hemisferio no como una comunidad de socios iguales, sino como un área de interés vital que debe ser asegurada contra la inestabilidad interna y, crucialmente, contra la intrusión de potencias rivales como China.
Figuras clave de la administración, como el Secretario de Estado Marco Rubio, son defensores abiertos de este enfoque, viendo la región a través de un prisma de competencia geopolítica y abogando por una postura firme. Este «nuevo monroísmo» mantiene la tradición histórica de intervención, pero se despoja de la retórica de la promoción de valores universales como la democracia. En su lugar, opera bajo una lógica de puro interés nacional, una vuelta a una visión decimonónica de las esferas de influencia donde el poder dicta las reglas.
El casus belli: De crimen a terrorismo
El pivote analítico central del escenario de 2025 es la decisión estratégica de la administración de designar a los principales cárteles de la droga latinoamericanos como Organizaciones Terroristas Extranjeras (FTO). Esta lista incluye a grupos mexicanos como el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), así como al presunto «Cártel de los Soles» y la banda Tren de Aragua de Venezuela.
Esta reclasificación tiene consecuencias legales y operativas profundas. Transforma el narcotráfico de un problema de aplicación de la ley, que tradicionalmente requiere cooperación bilateral y respeto a la soberanía, en una amenaza a la seguridad nacional equiparable a la de grupos como Al-Qaeda o ISIS. Este cambio de paradigma proporciona la justificación legal, bajo la ley estadounidense, para el uso de la fuerza militar y la acción unilateral en territorio extranjero, permitiendo a Washington eludir las normas del derecho internacional y las objeciones de los países anfitriones. Es, en esencia, el mecanismo que desbloquea la capacidad de intervención directa, actualizando la Doctrina Monroe para el siglo XXI.
Operación escudo hemisférico (agosto de 2025): Anatomía de un despliegue
La nueva doctrina se materializa a través de una orden secreta firmada por el presidente Trump que autoriza al Pentágono a utilizar la fuerza militar contra estos grupos «narcoterroristas». Esta orden se traduce en un despliegue militar significativo en las aguas de América Latina y el Caribe, bajo la jurisdicción del Comando Sur de EE. UU. (SOUTHCOM).
Los activos militares movilizados incluyen más de 4,000 efectivos y una formidable variedad de plataformas:
- Fuerza naval: El Grupo Anfibio Preparado Iwo Jima, que incluye la 22ª Unidad Expedicionaria de Marines (MEU), una fuerza de respuesta rápida y autosuficiente. Se suman a este grupo varios destructores y un crucero de misiles guiados, proporcionando una capacidad de ataque de precisión de largo alcance.
- Capacidad submarina: Un submarino de ataque de propulsión nuclear, capaz de operaciones encubiertas de inteligencia, vigilancia y ataque.
- Vigilancia aérea: Aviones de reconocimiento marítimo P-8 Poseidon, avanzados en la detección y seguimiento de objetivos en superficie y submarinos.
Aunque fuentes oficiales informan a los medios que el despliegue es principalmente una «demostración de fuerza» para enviar un mensaje a los cárteles, la composición de la fuerza proporciona al presidente un amplio espectro de opciones tácticas ofensivas. Estas van desde la interdicción marítima y la vigilancia intensificada hasta la inserción de fuerzas especiales y la posibilidad de ataques cinéticos contra objetivos designados. No es una operación de patrullaje, sino una plataforma de proyección de poder.
Reacciones regionales y el dilema de la soberanía
La respuesta de América Latina es inmediata y mayoritariamente hostil. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, rechaza de plano la idea de tropas estadounidenses en su territorio, calificándola de «absolutamente descartada». En Venezuela, Nicolás Maduro acusa a Estados Unidos de «querer crear guerras» y promete una respuesta a cualquier intervención.
Estas declaraciones reflejan una preocupación regional más amplia ante el regreso de un intervencionismo estadounidense abierto, reavivando temores y resentimientos históricos profundamente arraigados en la memoria colectiva del continente. Líderes de otras potencias regionales, como Lula da Silva de Brasil y Gabriel Boric de Chile, ya habían expresado su oposición a las políticas comerciales unilaterales de Trump, indicando un clima de resistencia a su enfoque confrontacional.
El escenario de 2025 demuestra que, a pesar de los graves desafíos que plantea el crimen organizado transnacional, el principio de soberanía nacional sigue siendo una «línea roja» para los gobiernos latinoamericanos. Esto crea un choque directo e inevitable con la resucitada doctrina intervencionista de Washington. El despliegue militar no es simplemente una medida de seguridad; es una herramienta de diplomacia coercitiva, un «Gran Garrote» militar diseñado para forzar la sumisión de los gobiernos latinoamericanos en una serie de asuntos que van más allá del narcotráfico, incluyendo la migración, el comercio y, fundamentalmente, el alineamiento geopolítico frente a China.
La cumbre de Alaska: Una pantalla geopolítica dividida
El significado geopolítico del escenario de agosto de 2025 se magnifica por su sorprendente simultaneidad. Mientras la administración Trump proyecta un poder militar abrumador en su esfera de influencia, se involucra simultáneamente en una diplomacia de alto riesgo con un rival de gran potencia en otro teatro de operaciones global.
Una historia de dos teatros: La simultaneidad estratégica
El 15 de agosto de 2025, mientras los informes sobre el despliegue naval en el Caribe dominan los titulares en las Américas, el presidente Trump se reúne con el presidente ruso Vladímir Putin en una cumbre en Anchorage, Alaska. El objetivo principal de esta reunión es negociar un posible fin a la guerra en Ucrania, un conflicto que para entonces lleva más de tres años devastando Europa del Este. La cumbre es notable por su formato bilateral, excluyendo deliberadamente a los líderes ucranianos y europeos, lo que refleja la preferencia de Trump por los acuerdos directos entre grandes potencias, sin la mediación de alianzas o instituciones multilaterales.
La coincidencia de estos dos eventos —una masiva operación militar en el Caribe y una cumbre de paz en el Ártico— no puede ser vista como una casualidad. Constituye una «pantalla geopolítica dividida» que exige un análisis de su interconexión estratégica. Estas acciones no son contradictorias, sino dos caras de la misma moneda de la política exterior de «América Primero».
Negociación entre grandes potencias, disciplina regional
Desde una perspectiva realista de las relaciones internacionales, las acciones duales de la administración Trump son perfectamente coherentes. La cumbre de Alaska representa la política de las grandes potencias en su forma más clásica: los actores más poderosos del sistema internacional negocian directamente el destino de estados más pequeños (en este caso, Ucrania) para gestionar la estabilidad global según sus propios términos e intereses.
Al mismo tiempo, el despliegue en el Caribe es una reafirmación igualmente clásica de una esfera de influencia. El mensaje es inequívoco: mientras Estados Unidos está dispuesto a negociar como un igual con potencias como Rusia en el escenario mundial, su dominio en su propio hemisferio es no negociable y será impuesto unilateralmente si es necesario. El mundo, desde esta perspectiva, está dividido en zonas de influencia, y el Hemisferio Occidental pertenece a Washington.
La audiencia implícita: Un mensaje a Pekín
Aunque la operación militar está ostensiblemente dirigida a los cárteles de la droga, su audiencia principal y no declarada es Pekín. En las últimas décadas, China ha suplantado a Estados Unidos como el principal socio comercial de muchas naciones sudamericanas y ha aumentado drásticamente sus inversiones y su influencia diplomática en la región, desafiando la primacía económica estadounidense.
El despliegue de una fuerza naval tan poderosa en el Caribe sirve como un recordatorio contundente de la supremacía militar indiscutible de Estados Unidos en la región. Es una línea geopolítica trazada en el mar, una advertencia a China de que, si bien su presencia económica puede ser tolerada (aunque a regañadientes), cualquier ambición de establecer una presencia de seguridad militar o estratégica en el «patio trasero» de Estados Unidos se enfrentará con una fuerza abrumadora. Esta postura se alinea con las declaraciones explícitas de altos mandos militares estadounidenses, como el jefe de SOUTHCOM, que identifican a China como un «actor maligno» primario en la región.
La estrategia de la «pantalla dividida» es, por tanto, una actuación calculada de renovado vigor de superpotencia. Está diseñada para proyectar una imagen de un Estados Unidos revitalizado bajo el liderazgo de Trump, capaz de gestionar múltiples crisis simultáneamente. Por un lado, se presenta como el gran pacificador que puede poner fin a «guerras interminables» lejanas mediante la negociación directa. Por otro, se muestra como el garante del orden que puede «limpiar su propio vecindario» con una fuerza decisiva. Es un mensaje dirigido tanto a una audiencia nacional, que anhela el fin de los compromisos extranjeros costosos, como a una audiencia internacional, a la que se le advierte de un supuesto regreso del liderazgo estadounidense resuelto.
En última instancia, las acciones combinadas en Alaska y el Caribe señalan un posible pivote estratégico de Estados Unidos, alejándose del orden internacional liberal posterior a la Guerra Fría —basado en alianzas, derecho internacional e instituciones multilaterales— hacia un modelo que recuerda más al siglo XIX, basado en esferas de influencia de las grandes potencias. La cumbre de Alaska debilita el principio de seguridad colectiva al marginar a los aliados de la OTAN. El despliegue en el Caribe socava el principio de igualdad soberana al ignorar las objeciones de las naciones latinoamericanas. En este nuevo orden mundial propuesto, Estados Unidos negocia las «reglas» globales con rivales como Rusia y China, mientras exige una deferencia absoluta de las potencias menores dentro de su propia esfera designada.
Conclusión y perspectiva estratégica
La Doctrina Monroe, proclamada hace más de dos siglos, demuestra una notable capacidad de persistencia y adaptación. Su resurgimiento en el escenario hipotético de 2025 subraya su función no como un conjunto de principios fijos, sino como un marco ideológico flexible que ha servido consistentemente al objetivo subyacente de mantener y hacer valer la hegemonía de Estados Unidos en el Hemisferio Occidental.
El legado duradero: Una ideología para todas las estaciones
El análisis de su trayectoria bicentenaria revela que la verdadera fuerza de la Doctrina Monroe reside en su maleabilidad. Los pretextos para su invocación han evolucionado con el tiempo para adaptarse a las amenazas percibidas y a los intereses estratégicos de cada época: desde el antimonarquismo y el anticolonialismo en el siglo XIX, pasando por el anticomunismo durante la Guerra Fría, hasta la lucha contra el narcoterrorismo en el siglo XXI. A pesar de la diversidad de justificaciones, el propósito fundamental ha permanecido constante: asegurar el control de Washington sobre su esfera de influencia y excluir a las potencias extra-hemisféricas. La doctrina es, en esencia, la justificación ideológica perenne para el ejercicio del poder estadounidense en las Américas.
Implicaciones para las relaciones hemisféricas y el orden global
La reactivación de una política intervencionista bajo la bandera de la Doctrina Monroe conlleva profundas implicaciones tanto a nivel regional como global.
- Erosión de la cooperación: La acción militar unilateral, incluso si se limita a una «demostración de fuerza», está destinada a causar un daño duradero a las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Fomenta un profundo resentimiento, socava la confianza construida a lo largo de décadas y complica la cooperación futura en temas críticos y compartidos como la migración, el comercio, el cambio climático y la seguridad. Una política basada en la coerción puede lograr una sumisión a corto plazo, pero a costa de la estabilidad y la asociación a largo plazo.
- La apertura a China y Rusia: Paradójicamente, una postura estadounidense más agresiva e intervencionista podría acelerar la misma tendencia que busca contrarrestar. Al sentirse amenazadas o alienadas por Washington, las naciones latinoamericanas podrían verse incentivadas a profundizar sus lazos económicos, diplomáticos e incluso de seguridad con potencias externas como China y Rusia, buscando un contrapeso a la hegemonía estadounidense. Esto podría, en última instancia, debilitar la influencia de Estados Unidos en la región.
- Un precedente para un mundo sin ley: El resurgimiento de una doctrina basada en esferas de influencia por parte de Estados Unidos podría sentar un peligroso precedente internacional. Legitimaría implícitamente reclamos similares por parte de otras grandes potencias —como Rusia en Europa del Este o China en el Mar de China Meridional—, contribuyendo a la erosión del derecho internacional y fomentando un orden global más fragmentado, competitivo y propenso a los conflictos.
Perspectiva estratégica
Para las naciones de América Latina, el desafío que plantea un renovado unilateralismo estadounidense es formidable. La respuesta más eficaz probablemente no resida en la confrontación individual, sino en la unidad estratégica. El fortalecimiento de organismos regionales como la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) para forjar un frente diplomático común, junto con la diversificación continua de las asociaciones económicas para reducir la dependencia de cualquier potencia individual, serán claves para navegar en estas aguas turbulentas. Además, el desarrollo de estrategias nacionales y regionales robustas para combatir el crimen organizado es fundamental para eliminar el pretexto que habilita la intervención extranjera.
Para Estados Unidos, la lección de dos siglos de la Doctrina Monroe es ambigua. Si bien ha sido una herramienta eficaz para proyectar poder, su aplicación más agresiva a menudo ha generado inestabilidad y antiamericanismo, resultando contraproducente para los intereses estadounidenses a largo plazo. Una política exterior que confunde la hegemonía con la seguridad y que opta por la coerción sobre la cooperación corre el riesgo de aislar a Estados Unidos de sus vecinos más cercanos, en un momento en que los desafíos globales exigen más, y no menos, colaboración. La historia bicentenaria de la Doctrina Monroe sugiere una lección ineludible: ¿es la imposición forzada de la hegemonía una verdadera garantía de seguridad a largo plazo, o la vía hacia un «patio trasero» resentido y una mayor inestabilidad hemisférica?