
El naufragio simbólico de un régimen: el destructor que expuso la ira de Kim Jong-un
En Corea del Norte, un fallo técnico no es sólo una falla: es una traición. Así lo dejó claro Kim Jong-un al explotar de furia por el fallido lanzamiento del segundo destructor naval del régimen, un episodio que desnuda no sólo las limitaciones técnicas del país, sino también su compleja lucha interna por el control y la disciplina.
El líder norcoreano calificó el incidente como un “acto criminal imperdonable” y ordenó una purga inmediata entre los responsables. Pero este revés no es solo un escándalo militar: es un reflejo de un sistema que naufraga en sus propias contradicciones.
¿Qué ocurrió en el puerto de Chongjin?
El 22 de mayo, durante la ceremonia de botadura del nuevo destructor de 5,000 toneladas en el puerto nororiental de Chongjin, la operación terminó en desastre. Según la versión oficial, una cuna de transporte se soltó prematuramente y provocó que el buque se volcara parcialmente.
Imágenes satelitales confirmaron la magnitud del desastre: el buque yacía cubierto con lonas, con partes sumergidas y visibles filtraciones de agua en la popa. Las autoridades afirmaron que bastarían 10 días para reparar los daños. Sin embargo, expertos internacionales son escépticos: hablan de una posible inundación en la sala de máquinas y de un daño estructural que podría tardar un año en solucionarse.
¿Falla técnica o falta de experiencia?
Moon Keun-sik, experto naval surcoreano, apuntó a la falta de experiencia de los operarios norcoreanos en el manejo de buques de guerra de tal envergadura. Corea del Norte intentó una técnica de botadura lateral, empleada en barcos civiles pero nunca en naves de combate pesadamente armadas.
Este mal cálculo técnico, sumado a la presión política por mostrar avances militares ante Occidente, generó una combinación explosiva. Como señaló el analista Lee Illwoo, Pyongyang podría intentar simplemente enderezar el buque, pintarlo y declararlo operativo para salvar la narrativa interna.
La reacción de Kim Jong-un: furia y represalias
La respuesta de Kim Jong-un fue inmediata y feroz. Ordenó arrestos, investigaciones y sanciones ejemplares. El gerente del astillero de Chongjin, Hong Kil Ho, ya ha sido citado para ser interrogado. El mensaje es claro: en la Corea del Norte de Kim, la lealtad no basta, también se exige infalibilidad.
¿Una purga disfrazada?
Este incidente le ofrece a Kim una excusa perfecta para reforzar el control del Partido de los Trabajadores sobre los sectores científicos y tecnológicos, en momentos en que busca acelerar la modernización militar. Según el profesor Kim Dong-yub, se trata de una estrategia para reafirmar la disciplina interna, pero también de una señal de debilidad: cuando la política ahoga a la técnica, las consecuencias pueden ser catastróficas a largo plazo.
Daños más allá del casco: lo que revela este fracaso
Más que una anécdota militar, el fallido lanzamiento del destructor desnuda tres verdades incómodas para el régimen:
- Fragilidad técnica: A pesar del discurso oficial, el país aún carece de la capacidad operativa para sostener su ambición naval.
- Represión como control: La criminalización del error refleja un sistema que privilegia la obediencia sobre la innovación.
- Narrativas en crisis: Aunque Corea del Norte intentó controlar el relato, el acceso a imágenes satelitales externas desnudó rápidamente la realidad.
Un síntoma de algo mayor
El primer destructor norcoreano había sido presentado con fanfarria como un símbolo de “gran avance” tecnológico. Que el segundo terminara parcialmente hundido días después es un golpe no solo logístico, sino simbólico.
En lugar de mostrar poder, reveló fisuras. Y en lugar de inspirar temor, generó dudas. Kim sabe que no puede permitirse esa imagen antes del Congreso del Partido a celebrarse en junio, por lo que ordenó acelerar las reparaciones a toda costa.
El verdadero naufragio
La caída de este buque no es solo de metal y agua: es una señal de que el régimen está enfrentando límites reales en su intento de proyectar poder. En su intento de dominar el relato, Corea del Norte mostró su vulnerabilidad más profunda: su incapacidad para manejar la complejidad sin reprimirla.
Este episodio podría marcar un antes y un después en la forma en que Pyongyang gestiona sus crisis internas. Más que un fracaso técnico, es un caso de estudio sobre cómo un régimen autoritario enfrenta —o encubre— sus propias derrotas.