
La organización del Mundial 2026 entre México, Estados Unidos y Canadá enfrenta desafíos significativos. La colaboración política que impulsó la candidatura choca hoy con las tensiones geopolíticas, especialmente las derivadas de la política migratoria estadounidense, proyectando incertidumbre sobre el esperado evento deportivo.
El proyecto conjunto y sus promesas bajo la lupa
El ambicioso plan para un Mundial en tres países (México, Estados Unidos y Canadá) se presentó como un modelo de colaboración política y aprovechamiento de la infraestructura ya existente. Su aprobación en 2018 por FIFA (entonces encabezada por Gianni Infantino) se vendió como una oportunidad para limpiar la imagen tras el escándalo FIFAgate, que costó la presidencia a Joseph Blatter.
La candidatura conjunta obtuvo el respaldo de 134 países, frente a los 64 votos de Marruecos. Esto significó el regreso del Mundial a América después de 12 años y la tercera ocasión en que México fungiría como anfitrión.
En 2018, la propuesta tripartita anticipaba cuantiosas ganancias, con un beneficio económico proyectado para la FIFA de 2 mil 100 millones de dólares y la venta de al menos 5.8 millones de entradas. Los anfitriones también esperarían una considerable derrama económica, con previsiones de hasta 5.5 millones de turistas solo para Ciudad de México. Inicialmente, el proyecto se fundamentó en una aparente buena relación diplomática y sólidos lazos económicos, destacando la importación de piezas para el sector automotriz.
La sombra de Trump y la política migratoria
Aunque a un año de distancia, la organización parece avanzar sin contratiempos en áreas como infraestructura, deporte y comercio, un factor político trascendental ensombrece el panorama: el posible retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, marcado por una agresiva política migratoria y la imposición de aranceles.
Recientemente, se ha reportado una ola de tensión y protestas vinculadas a redadas contra migrantes sin documentos. Las políticas de Trump en el pasado incluyeron la prohibición de entrada a ciudadanos de varios países, entre ellos Irán, nación que ya ha clasificado al Mundial. La lista incluía:
- Afganistán
- Birmania
- Chad
- República del Congo
- Guinea Ecuatorial
- Eritrea
- Haití
- Libia
- Somalia
- Sudán
- Yemen
- Irán
El 6 de mayo pasado, el vicepresidente JD Vance emitió una declaración que, aunque iniciaba como invitación, concluía con una clara advertencia:
“Por supuesto, todos son bienvenidos… Sé que tendremos visitantes probablemente de cerca de 100 países. Queremos que vengan, que celebren, que vean el juego”.
“Pero cuando se acabe el tiempo deberán irse a casa. De lo contrario, tendrán que hablar con la secretaria Noem“, añadió junto a la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem.
Según Milton Muñoz Bravo, profesor adscrito al Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, si estas políticas migratorias persisten, podrían generar “situaciones complejas o dañinas para la organización”, afectando sectores como servicios y hostelería, donde una parte significativa de la fuerza laboral son migrantes indocumentados.
Los organizadores han sido enfáticos en que no intervendrán ante las restricciones estadunidenses. Jurgen Mainka, director general de FIFA México, declaró:
“Habrá cosas que no van a pasar, como una visa especial, similar a la de Qatar, eso no va a suceder, son tres países con sus economías y leyes muy definidas”.
Esta situación cobra especial relevancia dado que Estados Unidos albergará la mayor parte del torneo, con 78 partidos –incluida la final– distribuidos en 11 ciudades, en contraste con México y Canadá, que recibirán 13 encuentros cada uno.
Problemas locales y el peso de la historia
México, con sedes en Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, enfrenta sus propias problemáticas internas. El histórico Estadio Azteca acogerá el partido inaugural, marcando un hito al ser el único recinto en ser sede de tres Copas del Mundo (tras 1970 y 1986).
No obstante, las remodelaciones previstas para el estadio han sufrido retrasos debido a protestas de vecinos. Adicionalmente, existe una disputa con los dueños de los palcos y plateas, quienes reclaman el respeto a sus contratos de 100 años.