
Algunos de los aspirantes a lo que sigue en 2027 ya no solo perdieron la noción del ridículo: lo ven como condición absolutamente necesaria en sus metas y ambiciones de poder.
Dentro de este universo de políticos desenfrenados, destacan dos joyitas de latón: el titular de la Secretaría del Bienestar, Pablo Bustamante, y el diputado local, Eric Arcila. Ambos compiten ferozmente, no por propuestas, sino por ver quién hace el desfiguro más estruendoso con tal de ser celebridades en su afán de ser el próximo alcalde de Cancún.
Sí, son jóvenes… pero no recién salidos del cascarón. Ya tienen sus buenos kilómetros de vuelo en la clase ejecutiva verdi-guinda.
El dúo Bustamante–Arcila, cada uno con su estilo tan poco original, intenta ser una especie de tiktoker de ocasión o influencer genial. Quieren seducir al electorado joven, pero ni hacen reír, ni generan interés, y sobre carisma, mejor ni hablamos.
Lo único claro aquí es su absoluta falta de ideas —ya no digamos propuestas— sobre lo que Cancún realmente necesita. Y ni buscarles talento o capacidad intelectual: es como querer sacar agua de una piedra… de yeso.
Según los enterados, su único “mérito” es ser cuates del régimen y sus relaciones personales.
Quizá por eso tienen rienda suelta para su patética pre-precampaña, que no solo destruye lo poco que les quedaba de decoro, sino que arrastra al cuatroteísmo caribeño al mismo lodo.
Pero, como diría el clásico sudamericano: “la culpa no es del chancho…”