
Por Gilberto Avilez
Metido en el análisis del desmembramiento de Quintana Roo y de cuando los chetumaleños se volvieron campechanos, hace unas semanas me fui a la única librería de Chetumal exclusivamente para comprar un libro sobre la historia de Campeche y ver si existe una perspectiva campechana de aquellos años que van de 1931 a 1935.
La sorpresa fue saber que dicha historia breve de Campeche no toca en ningún párrafo el tiempo cuando la parte sur de Quintana Roo fue anexada a Campeche. Esto es contraria a la historia breve de Quintana Roo hecha bajo el mismo esquema interpuesto por el FCE, el COLMEX y bajo la colección Fideicomiso Historia de las Américas y las breves historias de los estados de México, que toca largo y tendido, en más de 30 páginas, el tiempo de cuando Quintana Roo fue desmembrado. Es decir, el desmembramiento y la lucha por la restitución del Territorio de Quintana Roo, es un tema toral, que entra en las preocupaciones historiográficas de los historiadores que escriben en y desde Quintana Roo, contrario a los historiadores que escriben desde Campeche o sobre Campeche, un tema nimio que no les merece preocupación alguna. Lo mismo podemos decir con los pocos párrafos que le dedican a la Guerra de Castas –y que en Yucatán y Quintana Roo, la Guerra de Castas sigue siendo de las temáticas favoritas en el ámbito histórico, literario y cultural- confundiendo nombres de los pueblos de origen de esa guerra y nombrándolos como “Tepic” y “Tohosuco”. En fin, que tal parece que, para los campechanos, la peninsularidad terminó cuando se separaron de los yucatecos en la segunda mitad del siglo XIX.
Para entender la situación económica, social y política del que fuera Territorio de Quintana Roo, desmembrado el 14 de diciembre de 1931 por modificación de la Constitución federal, es conveniente apuntar el somero estudio del viaje exploratorio científico de 1934, a cargo de Ulises Irigoyen, que da sobradas pistas sobre cómo se encontraba esta región en dichos años del desmembramiento.
En primera, resituemos la mirada a esos lejanos principios de la década de 1930, donde los viajes aéreos apenas estaban siendo establecidos por rutas pioneras a lo largo de México: el alejamiento material y económico del sureste del país con respecto a la república mexicana, era más que evidente: rodeada por una selva asfixiante y por una bahía enana, Payo Obispo se comunicaba mejor con la lejana ciudad de México vía el camino internacional por tierra y agua recorriendo Belice-Guatemala-Suchiate. Yucatán y las islas caribeñas, por el contrario, tenían más comunicación con Estados Unidos, Cuba y Centroamérica. La insuficiencia e irregularidad de comunicaciones jugaban mucho para considerar la viabilidad del Territorio de Quintana Roo.

En ese sentido, la comisión exploradora de 1934, sugería, para el fomento del desarrollo económico del sureste, mayores comunicaciones marítimas, mayor comunicación terrestre, y aquilatar las comunicaciones aéreas. Asimismo, se sugería crear perímetros libres en Cozumel y Payo Obispo, colonizar Bacalar y su región con los primeros braceros expatriados de Estados Unidos, y crear una zona de exportación con las colindancias que quedaban entre Chiapas y Guatemala. Del mismo modo, Irigoyen era de la idea de que la viabilidad para la restitución del Territorio de Quintana Roo, tendría que pasar primero por el combate, por todos los medios legales y administrativos al alcance del gobierno federal, de las pre-modernas alcabalas o sistemas alcabalatorios de los gobiernos de Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán. Irigoyen solicitaba en su informe al gobierno federal, la adscripción al antiguo Territorio de Quintana Roo de una guarnición de 50 hombres para seguridad en este filón de la frontera mexicana.
El informe de Irigoyen también habla de cómo dos regiones del Territorio de Quintana Roo –Payo Obispo y Santa Cruz de Bravo- sufrieron las consecuencias del desmembramiento realizado por el centralismo político mexicano. Y en el interregno de la desaparición (diciembre de 1931-enero de 1935), en el otrora territorio las industrias del chicle y maderera fueron paralizadas, y no hubo corte de maderas de caoba y de palo de tinte en esos años fatídicos.
Santa Cruz de Bravo, que entró bajo jurisdicción de Yucatán, en los casi cuatro años que duró el “desmembramiento”, se caracterizó por un mayor aislamiento, por una inactividad y miseria más angustiante que en el resto de la comarca. En la región de Santa Cruz, la crisis económica recurrente, la sequía, más la pérdida de cosechas, dejó sin semillas para sembrar a los indígenas mayas, y éstos pedían con insistencia al gobierno facilidades para extraer el chicle para ver si podían vender unas cuantas marquetas para sobrevivir.
Con respecto a Payo Obispo, Irigoyen apuntaba que en esta población fue donde con mayor intensidad se hizo patente el deseo de sus habitantes –mestizos y población blanca la mayoría- de querer volver a ser Territorio federal. Y es que, una vez tenido noticias desde octubre de 1931 del intento de desmembrar el territorio entre Campeche y Yucatán, en Payo Obispo se formó un grupo numeroso, compacto, muy organizado bajo las enseñanzas masónicas, de defensa, contención y lucha posterior para resarcir los daños del desmembramiento. Una vez desmembrado el Territorio, en Payo Obispo el primer Comité Pro Territorio –con el Dr. Enrique Barocio Barrios como primer presidente- no cejó en la idea de que el gobierno federal devuelva esta región caribeña de la Península a los quintanarroenses, “que en mala hora suprimió un incompetente Congreso, ajeno a toda consideración, y falto de conocimiento de las condiciones morales y patrióticas de este pueblo, y dócil a las insinuaciones de políticos ambiciosos interesados en arruinar el espíritu evolutivo de los quintanarroenses y en la dilapidación de sus recursos”.
Las voces del primer instinto nativista y regional se fraguaron en apenas una generación movida en Payo Obispo (1915-1930), cuando esta incipiente “torre de vigía” del tramo final de la Guerra de Castas, crecida en la desembocadura mexicana del Hondo, pasó a ser capital del Territorio de Quintana Roo; y estas voces, desde octubre de 1931 reclamaban a la soberbia del centralismo político del Estado mexicano su no inclusión en los destinos que los afectaban directamente: los payoobispenses, los santacruceños, los hombres y mujeres de las islas, sin su consentimiento ni menos su conocimiento, sin siquiera ser tomados en cuenta, como si no se trataran de hombres libres, fueron repartidos entre dos estados por los que –insistían las voces del Comité Pro Territorio- jamás habían sentido hondos afectos.

De la idiosincrasia “chetumalteca”
En efecto, podemos apuntar algunas mojoneras históricas por las cuales había pasado la jovencísima Payo Obispo, desde su fundación en 1898 hasta el año fatídico de 1931, para aquilatar el sentimiento regional que se puede entender de la lucha del Comité Pro-Territorio. Para eso, recurramos a unos pasajes del libro Cuando Quintana Roo fue desmembrado (1931-1935), del escritor chetumaleño Primitivo Alonso Alcocer. Todos sabemos que la fundación de Payo Obispo en 1898, se debió para detener la venta de armas a los mayas cruzoob, para repatriar a los exiliados mexicanos de esa guerra antigua, así como a sus descendientes que se encontraban desperdigados en Corozal, Punta Consejo, Sarteneja y las islas San Pedro y Cayo Icaco, antiguas familias yucatecas provenientes de Valladolid y Bacalar. La creación de Payo Obispo-Chetumal fue “uno de los partos históricos más descollantes del sureste de México, por la naturaleza tan especial de la fundación de Payo Obispo”. El despegue de Payo Obispo, apuntó Alonso, comenzó cuando fue declarada capital del Territorio. Un ciclón de 1919, cuyos vientos sacudieron los fuertes pilotes de las casitas al estilo inglés de esa neonata ciudad, fue una llamada de alerta ante estos vendavales del cielo que de vez en cuando se anunciaban en el horizonte que dejaba ver la bahía de Chetumal. En 1920 la influenza española cegó vidas de varios de los hijos de Payo Obispo, destacándose para combatir este terrible mal, las alquimias médicas del Dr. Natalio T. Wagner, de la flotilla del sur, que se convertiría en un héroe de la medicina chetumaleña en ese año. En 1924, se dio el primer intento de desmembramiento del Territorio a moción del senador campechano Gustavo Sotelo Regil, que por fortuna fue infructuoso. En ese sentido, en 1931, apuntaba don Primitivo Alonso, podemos decir que ya se había formado, en esa madeja de hechos históricos, experiencias sinuosas ante la adversidad, convivencia diaria y cercana, un sentimiento identitario, los primeros barruntos de una idiosincrasia “chetumalteca”: “En algunas tertulias familiares los sabrosos comentarios se sazonaban con una buena mezcla de trozos de ‘creolle’, de maya y español, expresados, casi simultáneamente, muestra lingüística sumamente peculiar, que podría definirse como el chetumalteco, en razón de que se practicaba casi exclusivamente en la capital del Territorio y algunos poblados ribereños”. Pero el “chetumalteco” fue más que un giro propio del habla chetumaleña, fue un comienzo de identidad futura.