
Por Gilberto Avilez Tax
El día de hoy, 30 de julio de 2025, visitamos en la ciudad capital de Quintana Roo, Chetumal, el monumento a los iniciadores de la Guerra de Castas, cuyos estatuas de los tres líderes –Jacinto Pat, Cecilio Chi y Manuel Antonio Ay- fueron erigidas en el tramo final del gobierno borgista, frente al Museo de la Cultura Maya, al inicio de la avenida Héroes que desemboca en la “explanada” a la bandera.
Independientemente de su origen, estas estatuas fueron de los pocos aciertos que se dieron esos años, al rendirle homenaje los gobiernos regionales y municipales en Chetumal, a los líderes que iniciarían la conformación del territorio indígena y que luego, con los años, se convertiría en el moderno estado de Quintana Roo.
Mi sorpresa no fue mayúscula, pues hoy comprobé que la efeméride Guerra de Castas, a los ojos ciegos del gobierno municipal y estatal, pasó a oscuras en Chetumal, pues al llegar para ver el único monumento a los héroes mayas en Chetumal (el Gonzalo Guerrero, ese sí bien cuidadito y mostrado con orgullo, es ejemplo claro del mito del mestizaje que vociferan las élites provincianas de Chetumal), comprobé claramente el estado de desidia, de desdén institucional y olvido con el cual tanto el gobierno estatal, así como el gobierno municipal dirigido por la morenista Yensunni Martínez, tienen a dicho monumento: ni un ramo de flores marchitas, ni una corona de victoria, nada que señale que hoy debería ser un día de fiesta en todo Quintana Roo, al contrario, era como si este día no significara nada a ojos de los gobiernos municipales de Chetumal, a ojos del gobierno “huach” de Quintana Roo.
Lo cierto es que estas estatuas, creadas por el escultor meridano Reynaldo Bolio Suárez Pacheli, están en deplorables condiciones, no han tenido mantenimiento alguno, se han convertido en refugio de mendigos y malvivientes que pululan en la zona del “mercado viejo” donde por las noches se dan un sinnúmero de delitos y los aledaños se han convertido en lupanares y zona de “tolerancia” de los moteluchos ratoneros.

Una de las estatuas, la de Jacinto Pat, no cuenta con la placa con su nombre y no hay información histórica para el visitante que viene de afuera: el silencio, el olvido voluntario, y la incapacidad de gobiernos chetumaleños demasiado enamorados de “lo de fuera”, propio de huaches o “poch huaches”, marca el canon en la ex ciudad de los curvatos. Fuera de la cuestión de las estatuas olvidadas, es importante que el gobierno municipal rescate, controle y monitoree toda la zona aquella que debería ser una más de la parte neurálgica de la ciudad
