
La gran incógnita de la elección no es quiénes terminarán detentando los cargos en disputa… sino si alguien se va a tomar la molestia de votar.
Porque, seamos honestos: Quintana Roo no es precisamente conocido por su entusiasmo democrático.
En los comicios de hace un año, en el que hubieron comicios concurrentes en la entidad, la participación nacional fue del 61%, y aquí apenas llegamos al 56.5%, … ¡y eso que era elección presidencial y Morena ya tenía la gubernatura! Imagínense cómo nos hubiera ido sin el empujoncito del proceso nacional.
Pero si de sustos electorales hablamos, en 2019 nos llevamos el premio. Solo se eligieron diputados locales y el abstencionismo alcanzó el 78.09%. O sea, que de cada 10 quintanarroenses, solo dos pensaron que votar era una buena idea… y los otros ocho, pues se fueron a la playa.
Y por si crees que exageramos, hubo distritos donde la gente votó menos que en las elecciones estudiantiles del bachillerato: el abstencionismo rozó el 90%. Ahí ni los candidatos fueron a votar por sí mismos.
Claro, los que sí aparecieron fueron los votos de estructura, esos que los partidos movilizan como si fueran empleados de nómina. Y, para no romper la tradición, los tres partidos de la 4T se llevaron la mayoría del Congreso del estado. ¡Faltaba más!
La gran pregunta es: ¿la elección de juzgadores logrará superar —aunque sea por poquito— la épica desidia de los diputados de 2019?