
Por Gilberto Avilez Tax
Y siguiendo con el indicio histórico propuesto por Primitivo Alonso Alcocer, podemos entender por qué al Territorio de Quintana Roo arribaría dos años después de 1924, Antonio Ancona Albertos, para ser gobernador del Territorio de Quintana Roo en el lapso 1926-27. ¿Un Yucateco gobernando el Territorio que don Porfirio había desmembrado del seno de Yucatán en 1902? Este hecho no era para nada inocente, supongo que tenía la precedente coyuntura de 1924 y era como un tanteo que hacían Calles y Obregón para buscar regresar al Territorio, o partes de él, al gobierno de Yucatán y Campeche.
Antonio Ancona Albertos (1883-1954) fue un escritor y periodista de fuste, dueño de una gramática fina heredera de la pluma de su padre, el famoso historiador don Eligio Ancona. En las prensas de su estado, Yucatán, y del centro de México, lo conocerían más con su seudónimo de combate estilístico: Mónico Neck.
Ancona Albertos fue maderista, fundador del partido Antireeleccionista en Yucatán junto con Pino Suárez, y como diputado federal fue preso por largos meses cuando la dictadura de Huerta, debido a que, junto con otros 39 diputados, repudiaron el golpe de estado y al nuevo gobierno. Al salir libre, se fue al destierro habanero, sobreviviendo como pudo con diversos trabajos humildes. Salta a EUA y de ahí hace el recorrido para unirse en Hermosillo, Sonora, a los Constitucionalistas. Su pluma y su inteligencia sirvieron a Carranza y a Obregón. En marzo de 1915, el intrépido Mónico Neck regresó a Yucatán con las filas del Ejército que comandaba Salvador Alvarado, y fue el primer director de La Voz de la Revolución. Durante unos meses fue gobernador provisional de su estado, Yucatán, en 1920.
Fue Senador en la XXVIII legislatura, y al término de su mandato legislativo, los sonorenses, que conocían a la perfección las altas capacidades de Ancona Albertos, “abandonaron la añeja resistencia a tomar en cuenta a los yucatecos para la gubernatura quintanarroense”, y nombraron al hijo de don Eligio Ancona para la gubernatura del Territorio. Macías Richard, en el último tramo de su libro Nueva frontera mexicana, considera que la administración de Neck en Quintana Roo, fue ejemplo de las tendencias centralizantes del poder en este territorio, es decir, para el control político de los payoobispenses, los cuales habían dado pruebas serias de idiosincrasia díscola que se salía del huacal sonorense. Apenas arribó al Territorio, Ancona Albertos visitó los lugares que estimó útiles para conocer la problemática regional, pidió informes a los tres municipios, y observó con detalle el desenvolvimiento de los asentamientos del Río Hondo. Neck cuestionó a las mafias de comerciantes –muchas de ellas habían secundado a la rebelión Delahuertista y formarían posteriormente el primer Comité Pro-Territorio- que habían copado el poder en los tres municipios de ese entonces, y propuso cambiarlos por consejos municipales, lo que efectivamente hizo, ganándose la enemistad de “las fuerzas vivas” del Territorio. Ancona pugnó en la Secretaría de Hacienda federal para que las aduanas del Territorio le entregaran al gobierno local las participaciones a que tenía derecho, y fue de los primeros gobernadores en plantearse el problema de la incomunicación del Territorio, pues tuvo la idea de construir dos caminos, de Valladolid a un punto equidistante entre las islas (Cozumel y las de mujeres); y el de Peto a los pueblos del Hondo.
Cuando en 1927 llegó de casualidad el contraalmirante porfiriano Othón P. Blanco a la capital del Territorio, los comerciantes fundadores de Payo Obispo, se quejarían amargamente del gobernador yucateco con el fundador de la ciudad, pues las actitudes “proyucatecas” de Neck (había puesto a sus amigos en los consejos municipales, entre los que se encontraban los Cámara Vales, concesionarios forestales) eran contrarias a sus intereses de ostentar el poder en los municipios de forma casi patrimonialista. Una manta que recoge el Álbum Monográfico de Quintana Roo (véase fotografía 4 de este ensayo), le rezaba así al viejo marino ya encanecido: “ESTE PUEBLO POR TI FAVORECIDO, HOY TE PRUEBA QUE NO TE ECHÓ EN EL OLVIDO”. Junto a los comerciantes de Payo Obispo que habían escrito ese mensaje de agradecimiento en la manta, se encontraban el rechoncho militar, cuyo físico de hombre del norte contrastaba ostensiblemente con la figura del gobernador, tan ligero de carnes y de estatura, vestido todo de blanco y con un sombrero de fieltro más grande que de costumbre. Neck, opino, fue el primer aviso de “desmembramiento” que habían enviado los sonorenses al Territorio.
Para contrarrestar a un general maya que había secundado la rebelión Delahuertista

El 2 de junio 1929, ya no estaba en el gobierno del Territorio el periodista Ancona Albertos, sino un militar, además de médico. Nos referimos al doctor José Siurob, militar queretano (tenía el grado de General de Brigada), que en esa fecha de junio de 1929 comenzó un viaje memorable en lancha de motor por el río Hondo, se internó en el estero de Chac y pasó por toda la laguna de Bacalar. Junto con él iban autoridades militares y civiles del Territorio. Cuando se acabó la vía fluvial, Siurob y compañía seguirían a caballo pasando Chacchoben, Nohbec, Petcacab, San Antonio y Laguna Ocom, hasta llegar a Santa Cruz de Bravo.
Ahí, el General May y otros líderes mayas lo aguardaban, ansiosos. Siurob, representante de los sonorenses en el poder, sabía que con el general May como amo y señor de la selvática zona indígena, otra escisión del centro lo haría cambiar en sus vaporosas lealtades, como sucedió en 1924, cuando May le ofreció su ayuda al Teniente Coronel Rojas.
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Siurob llevaba un acta con concesiones para los mayas que tenía como objetivo la plena integración de ellos “al carril de la civilización”: concesiones forestales, participación en la explotación del chicle de los jefes mayas, instrucción pública en los pueblos indígenas para que difundieran los valores nacionales en unas “tribus” que apenas hace unos años enarbolaban en sus fiestas la bandera inglesa, el fin de la pena de azotes y el sometimiento a las leyes del estado; en una palabra, la fidelidad -léase el control político- de los mayas a la bandera nacional, al gobierno federal. Muchos dicen que ahí terminó la Guerra de Castas, pero lo que verdaderamente sucedió, fue el fin del poder del General May entre los suyos. El mismo Gobernador Siurob había interpretado los signos de los nuevos tiempos, al dar en ese año de 1929 una visión del real poder de May entre los suyos: “Por lo demás –apuntaba Siurob-, en la región donde domina May, él pretende ser la única autoridad auxiliado por dos o tres secretarios mal intencionados o perversos, y cómo ha visto [May] que el Centro de la [nación le] le hace caso, cree que no necesita ya respetar al Gobierno Local, quejándose apenas cree que se trata de restarle en lo más mínimo en su poder… Por otra parte, es un fantasma la fuerza de este cacique, pues los propios indígenas están ya cansados de su opresión”.
Esta vez, el Gobernador del Territorio había atraído con buenas concesiones al matusalénico general rebelde, posibilitando que el centro de México se afianzara en el corazón de la antigua zona cruzoob. La respuesta a esto provino de otros jefes mayas más jóvenes, más aguerridos y más autónomos. De inmediato, esa acta hizo que el capitán Concepción Cituk, y luego Zulub, desconocieran los tratados y se aislaran aún más.1
Esta serie de hechos regionales que ocurrieron en el Territorio de Quintana Roo en la década de 1920 –es decir, la “traición payoobispense” al Obregonismo-Callismo, la llegada de un gobernador yucateco al Territorio, el debilitamiento del poder real del general May- fueron los antecedentes tanto militares y políticos, para un posterior desmembramiento del Territorio.
Y fue precisamente en el año de 1929, fecha del viaje de Siurob, cuando el mundo entero fue sacudido por la debacle capitalista y los inicios de los años de la “Gran Depresión”, que afectaría severamente a México y al Territorio de Quintana Roo en gran medida, por ser este último, mono dependiente en aquellos años, del capital yanqui para sus industrias forestales. Ese sería el razonamiento que el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, mediante sus testaferros congresistas, enarbolarían a fines de 1931 para decretar el desmembramiento del Territorio de Quintana Roo para cederlos a Campeche y Yucatán. Pero, como diremos en siguientes entregas para Caribe Peninsular, la razón económica no fue la gran razón de peso si antes no apuntamos los hechos de la década de 1920 que hemos referido en este trabajo.
Continuará…
1 Cfr. Sobre el viaje de Siurob de 1929, los libros siguientes: Teresa Ramayo Lanz, Política, economía chiclera y territorio: Quintana Roo 1917-1940, y Lorena Careaga. Quintana Roo. Una historia compartida.