
Por: Gilberto Avilez
Todos en México y en Yucatán conocen de la rebelión de Jacinto Canek (noviembre de 1761) ateniéndose a la versión indigenista que escribió el escritor meridano Ermilo Abreu Gómez. Pero don Ermilo escribió una versión literaria desde su posición de literato criollo que en sus años primeros oyó historias de los indios mayas que encontraba en las posadas de los pueblos a los que le llevaba su padre, y una de estas historias es la de Canek que plasmaría años después magistralmente con su pluma de escritor supremo. Este relato ermiliano del Canek podemos entenderlo citando el “paradigma indiciario” de Carlo Ginzburg, que nos señaló que los textos –históricos, pero también literarios- habría que leerlos a través de indicios, señales, huellas que van dejando en la madeja textual la sociedad de la época.
Es decir, el relato de Canek escrito por Ermilo Abreu Gómez, para clarificar los fenómenos estéticos (en este caso, la escritura ermiliana) que se encuentran insertos en el cuerpo del discurso, tendríamos que conectarlo a un trasfondo metanarrativo que busque los asideros sociales, culturales. Ginzburg decía que, si la realidad es opaca, “existen ciertos puntos privilegiados –señales, indicios- que nos permiten descifrarla”. La lectura del Canek escrita por el escritor meridano entroncaría con la sociedad indígena que Abreu Gómez conociera. En este tenor, es esclarecedor el texto con el que Abreu Gómez nos cuenta la forma como escribió el relato:
Acaso al amigo lector le gustará conocer la historia de este libro. Cuando era yo niño acompañaba a mi padre por tierras de Yucatán. Mientras mi padre realizaba las diligencias de sus negocios yo me quedaba en la posada rodeado de indios mayas. Por la noche, después de la cena, junto al fogón de la cocina, aquellos hombres se ponían a contar historias y leyendas de la región. Una de ellas se relacionaba con la vida de Canek. Sus aventuras y sus sentencias quedaron grabadas en mi memoria. Más tarde, ya de pupilo en la escuela, pude leer papeles acerca del personaje, los cuales acabaron por afirmar en mi espíritu su recuerdo y su imagen.
En esta confesión de cómo se fue gestando Canek, Abreu Gómez nos inserta, mediante ese indicio, a la estructura mental de los grupos “subalternos” mitificando las gestas libertarias del Canek histórico, recreándolas mediante la imprescindible historia oral, resignificándolas y plasmándolas en un diálogo intergeneracional, para ofrecer una historia autonómica, una persistencia inclaudicable, un continuum de resistencia por conducto de la palabra.
Bajo estas premisas, podríamos decir, que las ideas captadas por Abreu Gómez, tendremos que situarlas en sus raíces sociales, “estudiadas tanto en su carga afectiva y emocional como en su contenido intelectual, se convierten, al igual que los mitos o las combinaciones de valores, en una de esas ‘fuerzas colectivas por las cuales los hombres viven su época’ y, por lo tanto, uno de los componentes de la ‘psique colectiva’ de una civilización” (Roger Chartier). De esas raíces sociales, de esa tradición viva en el que Ermilo Abreu Gómez abrevó, podríamos decir que fue el origen de su mitificación literaria de Canek, mitificada primeramente por los hombres mayas que, después de las faenas del campo, escuchó hablar el niño Ermilo junto al fogón de las chozas.
Pero la versión mitificada, vuelta literatura diáfana y casi canónica de las letras yucatecas del siglo XX, que presenta Abreu Gómez y que tantas veces ha sido alabada –con mérito incuestionable- y hasta puesta en carteles de lucha por movimientos contestatarios indígenas algunas frases inventadas por el literato yucateco y que Canek jamás profirió, se trata en realidad de una versión bella, pero que no se atiene a la realidad histórica. Canek, siguiendo los documentos estudiados por Robert Patch o el trabajo seminal de Bracamonte y Sosa, no dijo lo siguiente: “Los blancos hicieron que estas tierras fueran extranjeras para el indio; hicieron que el indio comprara con su sangre el viento que respira. Por esto va el indio, por los caminos que no tienen fin, seguro de que la meta, la única meta posible, la que la libra y le permite encontrar la huella perdida, está donde está la muerte”. Sin embargo, es una frase que cala hondo, porque, regresando a Ginzburg, el relato de ese texto se encuentra en el metarrelato colonial de la difícil situación a que se atuvieron los mayas yucatecos, y más a finales del siglo XVIII y todo el siglo XIX, cuando se rompe el antiguo pacto de convivencia autónoma entre la sociedad española-ladina y la sociedad indígena y la tierra (léase, el territorio de la milpa maya) comienza a ser requerida por los impulsos de la sociedad no indígena para sus empresas agrícolas, sin quitar una sola carga anterior como la tributación a la corona y a la iglesia, así como los malos tratos, los repartimientos y la explotación a los mayas de Yucatán.
En cuanto a una versión más acorde con los trabajos históricos y comprometida con la visión maya del pasado, no podemos poner en esta categoría las versiones sobre la rebelión de Cisteil textos escritos por el desaparecido literato Roldán Peniche Barrera, porque sería regresar a la versión ladina de Canek que desde Justo Sierra O’Reilly se urdió con una especie de consideraciones prejuiciosas y tachó la rebelión iniciada en Cisteil como si se tratara solamente de supercherías, brujerías y asunto de “borrachos”.
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Contra esas visiones ladinas literarias de la gesta de Canek, la versión que presenta recientemente Edgar Rodriguez Cimé (2024) y la que escribió Carlos Armando Dzul Ek (2016), tienen, ambas, no solo belleza literaria (la de Dzul Ek no le pide nada a la obra de Abreu Gómez, incluso pienso que es más bella), sino que se escribieron con un sostenido conocimiento de la historia de lo que pasó en Cisteil, y en momentos previos y posteriores a las acciones que tienen un rango de un mes (19 de noviembre: comienzo de los sucesos de Cisteil que desembocarían en una rebelión; 19 de diciembre de 1761: asesinato de Canek). El texto de Rodríguez Cime (Mérida, 1956), La rebelión del Rey-Dios José Jacinto Úuk de los Santos Kaan Eek’ Chichan Moctezuma, como indica su autor en el prólogo a su libro, descansa en los trabajos del historiador norteamericano Robert Patch, en el pionero libro “Cisteil” del literato Luis Ramírez Aznar (escrito en el año de 1986, en el que Ramírez Aznar da cuenta de la historia del Rey Canek y nos adentra en la manigua alrededor de los pueblos de Tiholop, Tahdziu, Tixcacaltuyub, para redescubrir el pueblo que quiso ser borrado del mapa por la soberbia colonial), pero, sobre todo, en los trabajos de Pedro Bracamonte, que a principios de este siglo escribió su interpretación de la encarnación de la profecía en Cisteil, y dio a conocer documentos sobre la rebelión indígena de 1761, encontrados estos en el Archivo General de Indias y otro repositorios documentales como el AGN.
En cuanto al trabajo del desaparecido maestro oxkutzcabense, Carlos Armando Dzul Ek (1947-1967), con lecturas asiduas en la historia como producto de su formación magisterial, no dudo que no haya tenido en sus manos los trabajos de Bracamonte y Sosa y de otros historiadores de la matria peninsular, y es muy probable que también le sirvieran, como a Édgar Rodríguez Cimé recientemente, de almácigo fértil para que abordara mediante la dramaturgia la gesta de Canek y de la miríada de pueblos mayas que secundaron al ávido lector y alumno de los franciscanos de Mérida, convertido en panadero para ganarse el sustento diario después de ser expulsado del convento franciscano en Mérida, y vuelto un vagabundo –un conocedor del mundo del Mayab- cuyos pasos lo llevarían ineluctablemente donde aquellos años hombres y mujeres mayas dispuestos a romper los cepos coloniales, gravitaban: a la Montaña, ese vasto territorio fértil y selvático al oriente y sur de la Península de Yucatán, donde la mayanidad y la resistencia cultural indígena buscó lo más intrincado de la selva para descorrer el cerrojo de la colonialidad. De hecho, la pieza teatral de Carlos Armando Dzul Ek que nos interesa comentar en estos breves apuntes, intitulada “La rebelión del Rey Jacinto Uc de los Santos Canek”, y que aparece en la Trilogía histórica maya de Dzul Ek (2016), es un escrito bilingüe (escrito en maya y español) que fue terminado de escribir, al parecer en abril de 2012.
Voy a hacer una serie de apuntes sobre ambos textos, para dar ejemplos de cómo estos literatos mayas de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va de esta centuria, volvieron a tocar las historias culmen de su pueblo, y con documentos históricos, fineza en la escritura, trabajo literario o periodístico de años, dominio del “ethos maya” y sensibilidad ante las injusticias del tiempo actual y del tiempo pretérito maya, se convirtieron en nuevos chilames escriturales, al rescatar una historia maya tan deformada, tergiversada o idealizada por literatos criollos de toda laya.
Antes de apuntar dichos ejemplos, me gustaría escribir algunas consideraciones que cierta historiografía ha pensado sobre la rebelión de Canek, y las respuestas que otros historiadores más certeros, con cotejos de fuentes documentales del caso, hicieron en su momento.
En su estudio sobre la rebelión de Canek, Bracamonte y Sosa cuestiona las interpretaciones decimonónicas de Sierra O’Reilly (el Doctor Sierra, categórico, decía que lo de Cisteil era nomás un asunto de borrachos enfiestados), de Eligio Ancona (que finca la rebelión en la castellanización de Canek tras su paso por el convento franciscano de Mérida, leyendo afiebrado la historia del padre Cogolludo), apunta la apretada síntesis historiográfica que Victoria Reifler Bricker hiciera en su memorable estudio El Cristo indígena, el Rey nativo; y descree de Nancy Farris en este punto, que le da una causa mínima y local a lo sucedido en Cisteil. En ese sentido, bien viene comentar rápidamente unas ideas que recientemente se barajaron sobre la existencia o no de Canek, y por lo tanto de la sublevación de Cisteil, concibiendo los hechos de 1761 “como inventos de las autoridades coloniales o como una mera escenificación indígena” (Bracamonte, 2004. La encarnación de la profecía: Canek en Cisteil, pp. 8-9). Esta última interpretación negacionista, fue formulada por Gudrun Mosbrucker, una historiadora al parecer de origen alemán.
Hace tres décadas, en Chetumal, en un Encuentro Internacional de Mayistas (1995), Mosbrucker dio una ponencia indignante, tocando el tema de la rebelión de Cisteil de 1761 con términos que quedarían para los anales de la infamia historiográfica: para Mossbrucker es un hecho que era un asunto de borrachos lo de la rebelión de Jacinto Canek, y tergiversando trabajos como el de Victoria Bricker, Villa Rojas, e incluso el del a un tiempo execrado y admirado Sierra O’Reilly, Mossbrucker diría las siguientes bazofias:
a). – “Entre los mayas yucatecos no existe tradición oral respecto a Quisteil, ni siquiera el ‘líder’ de la ‘insurrección’, acusado de haberse coronado rey de todos los mayas de Yucatán, se encuentra en su memoria”.
b) .- “Sierra O’Reilly inventó esta biografía que hasta hoy día es aceptada por muchos científicos…” (Mossbrucker se refería a la biografía de Jacinto Canek, de que fue panadero nacido en el barrio de Santiago de Campeche, que fue educado en el convento franciscano de Mérida donde hubo de leer la historia antigua de su pueblo y así convencerse de que había que terminar con el sistema colonial).
c). – “…no hay seguridad de que realmente hubo un líder o rey en Quisteil; más dudas todavía caben acerca de que Canek fue aquel líder”.
d). – “…no podemos decidir si en Quisteil en el año 1761 hubo una rebelión”.
Años después, nuevos estudios en el Archivo General de Indias (AGI) con el legajo del caso de 1761, así como documentos del AGN y revisitando y agotando casi todas las fuentes, el trabajo de Bracamonte vendría a desbrozar los dichos de Mossbrucker. Para este autor, lo sucedido en Cisteil “no fue un pequeño motín circunscrito a un pueblo secundario y que, en cambio, este movimiento está revestido de las características de un intento de revolución, pues los mayas rebeldes se plantearon la transferencia, por medio de la fuerza, del poder político en la provincia”. Y en este cambio a la fuerza, concurrirían “las profecías mayas relativas a la rueda de los katunes y al advenimiento de un hombre-dios que se puede asociar a Moctezuma, Quetzalcóatl o Kukulcán e Itzamná y la aparición, en el escenario de los pueblos de las antiguas provincias mayas de Sotuta, Cupul, Cochuah y Maní, de un hombre con habilidad y carisma para proclamar que reunía las peculiaridades del esperado héroe cultural” (Bracamonte, La encarnación de la profecía, p. 10).