
Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
Hace poco una periodista del Washington Post señaló a su llegada a Tulum, palabras más o menos: “no entiendo las quejas en contra de los proyectos grandes de desarrollo en la zona, en el vuelo se puede distinguir un mar de verde, la selva parece estar en buen estado y en gran extensión de territorio”.
Esta percepción es frecuente. La respuesta no tiene la misma fuerza, aunque la lógica esté a su favor: “si aún con esta gran área de selva tenemos los problemas climáticos de calentamiento global cada vez más serios, entonces no es suficiente esta extensión de selva, sino que debe aumentar y, además, ser manejada con tal cuidado que se reconozca la presencia humana, su desarrollo, pero sin alterar los ciclos ecológicos como el del agua, del Carbono y otros elementos, y, especialmente de las redes tróficas”.
La alteración a los ciclos ecológicos explica en gran medida los grandes problemas ambientales que tenemos en nuestro Antropoceno, también nombrado Andropoceno por el papel del hombre más que de la mujer.
La lógica de la respuesta encuentra eco en las discusiones que sobre biodiversidad se han estado llevando a cabo en Cali, Colombia, desde el 21 de octubre, en la Conferencia de las Partes 16. Miles de participantes de más de 190 países, se han dado cita para exponer casos de éxito y de fracaso en materia de conservación de la biodiversidad, para discutir los cambios indispensables en políticas públicas, para definir mecanismos de financiamiento para la restauración de ecosistemas en todo el planeta y para identificar las mejores prácticas y mecanismos de participación social y gubernamental para alcanzar las metas propuestas.
La meta para el 2030 es proteger el 30% de los ecosistemas del planeta y asegurar al menos 200 mil millones de dólares americanos cada año. Nada fácil, requiere de negociaciones y voluntades políticas, de la participación del sector empresarial y, especialmente, de los Indígenas y poblaciones locales.
No basta con ver “un mar de verde” para tener la seguridad ambiental y para minimizar el impacto de proyectos grandes. Hay que entender que los fenómenos globales como el cambio climático, la erosión y pérdida de fertilidad de los suelos, el abuso del agua, están directamente relacionados con la conservación de la biodiversidad, no solo con la vegetación natural en general.
Por ejemplo, en sistemas alimentarios se ha perdido alrededor del 75% de la diversidad genética desde el siglo pasado. Hay dominancia de solo 9 especies cultivadas, muchas veces genéticamente modificados que representan el 66 % de la producción mundial; tan solo el arroz, maíz y trigo representan más del 50% de las calorías usadas por la población humana. Esta tendencia al monocultivo y a la poca diversidad genética, ya nos ha traído grandes problemas a la humanidad, con una alta probabilidad de impactos negativos por plagas y/o enfermedades como sucedió con la papa en los años 1840. Un hongo ocasionó la muerte de millones de personas.
Como señala Elouafi en su artículo publicado en octubre 2024, en el vol. 386, número 6718 de la revista Science, adicionalmente al problema de la casi nula diversidad, está la mala nutrición, lo cual conduce a problemas de salud, lo cual nos lleva a costos elevadísimos de salud pública por medicinas, infraestructura y servicios, lo cual impacta el desarrollo económico y social de la población humana.
O aceptamos la biodiversidad como eje de desarrollo, junto con el respeto a los derechos humanos y buena gobernanza, o tendremos un mundo con problemas cada vez más difíciles de resolver.
Es cuanto.