Redacción/CARIBE PENINSULAR
CANCÚN, Q. Roo.— Hace 20 años, el huracán Wilma —el más destructivo en la historia de Cancún— puso a prueba no solo la resistencia de su infraestructura, sino también el espíritu de quienes lo habitan.
Fueron más de 42 horas de furia ininterrumpida, vientos de hasta 250 kilómetros por hora y lluvias que borraron el color turquesa del mar para teñirlo de gris oscuro.

Cuando el viento por fin se detuvo, comenzó otra batalla: la de reconstruir.
En esa primera línea estuvieron los trabajadores de Baja Mantenimiento y Operación (BMO), bajo la dirección de Fonatur, quienes fueron los primeros en ingresar al bulevar Kukulcán, el corazón de la zona hotelera.

De 60 empleados de la platilla laboral de BMO, la cuadrilla creció en cuestión de días a mil trabajadores. Vinieron de distintos puntos del país, con una sola misión: levantar Cancún de entre los escombros.
“Fue una tarea ardua, gigantesca y extraordinaria”, recuerda Edgar Ordóñez, entonces gerente general de BMO. “Todos contribuimos: ciudadanos, gobierno y Fonatur, que era el principal responsable de la zona turística, la joya de la corona”.
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Wilma no tomó del todo por sorpresa a los cancunenses. Días antes, el huracán Emily había rozado el Caribe mexicano y dejado una enseñanza: había que estar preparados.
Por eso, cuando los reportes meteorológicos confirmaron la amenaza de Wilma, el equipo de BMO ya se reunía cada día con Protección Civil.
“En menos de 24 horas bajamos todos los letreros del bulevar para evitar que salieran disparados, y desactivamos los sistemas de cloración de las plantas de tratamiento para prevenir fugas”, recuerda Ordóñez.
El personal también fue reforzado con cuadrillas de otras regiones. En total, eran unos 410 empleados listos para enfrentar lo que viniera.

La brigada del kilómetro cero
El 19 de octubre de 2005, en las instalaciones de BMO —frente al parque de béisbol Beto Ávila—, se tomó una decisión que marcaría la historia.
“Les pedí a los trabajadores que primero protegieran a sus familias y viviendas, pero que estuvieran listos para entrar en cuanto Protección Civil lo permitiera. Teníamos que ser los primeros en abrir Cancún”, cuenta.

Así nació la primera brigada de trabajo, conformada por 42 empleados y 12 voluntarios. Todos alojados en el campamento: yucatecos, quintanarroenses, chiapanecos y campechanos.
Ellos serían los primeros en ingresar a la zona hotelera, una vez que el viento amainara, para despejar los accesos desde el kilómetro cero, en Punta Cancún, hasta el final del bulevar.
En medio del ojo del huracán

El 22 de octubre, aún con el huracán encima, Edgar y su equipo intentaron salir a evaluar los daños.
“Tomamos la Suburban roja y salimos esquivando árboles y postes caídos. Al llegar a las oficinas de Fonatur, el gerente técnico nos gritó: ‘¡Regrésense, todavía estamos en el ojo del huracán!’”.
“No lo sabíamos. Corrimos muchos riesgos. Tuvimos que regresar.”

Fue hasta el día siguiente que pudieron salir con maquinaria pesada: tres grúas, tres volquetes, siete retroexcavadoras y más de 300 trabajadores.
La imagen era devastadora: el mar había cruzado hasta la laguna entre el kilómetro 1.2 y el 7, el bulevar era una mezcla de arena, ramas y estructuras destruidas.
“Ver el bulevar así era como ver el alma de Cancún partida. Pero sabíamos que teníamos que empezar ahí mismo.”
Un ejército de mil manos

Con la autorización de Protección Civil de Quintana Roo (al mando del gobernador Félix González) y bajo instrucciones del presidente Vicente Fox, del secretario de Turismo Rodolfo Elizondo y del director de Fonatur John McCarthy, los trabajadores de BMO encabezaron el rescate de la zona hotelera.
Día y noche, entre maquinaria, lodo y silencio, avanzaron desde ambos extremos del bulevar: por el aeropuerto y por el kilómetro cero.
Poco a poco, Cancún comenzó a abrirse paso entre los restos del huracán.

“Era impresionante. Cada palmera levantada, cada calle despejada, era una señal de esperanza”, recuerda Ordóñez para ilustrar de como se fue avanzando en la limpieza del bulevar Kukulcán.
“En semanas pasamos de 400 a casi mil trabajadores, y la meta era clara: que Cancún estuviera de pie en diciembre.”

El corazón en el campamento
En el campamento de la avenida Mayapán se instaló una cocina móvil de la Marina, que alimentaba a más de mil personas al día.
El trabajo era continuo; dormir era un lujo.

“Tuvimos que comprar despensas para las familias de todos los trabajadores, porque sabíamos que ellos no podían irse a casa. Fue un reto enorme conseguirlas; no había bancos ni tiendas abiertas. El dinero llegó en avión, junto con personal y herramientas desde Huatulco e Ixtapa.”
En medio de la devastación, también hubo gestos de humanidad. Los trabajadores se apoyaban, compartían comida y se daban ánimo. Algunos lloraban al ver la magnitud del desastre; otros lo hacían al ver los primeros tramos del bulevar despejados.

Wilma en Categoría 5 dejó cicatrices imborrables, pero también una lección que hoy, 20 años después, sigue vigente: la capacidad de los cancunenses para reinventarse.
La ciudad se levantó en tiempo récord, y detrás de ese logro estuvo un ejército de trabajadores anónimos que lo hicieron posible.


“Para nosotros fue un privilegio, un honor y un reto formidable”, concluye Ordóñez.
“Cuando vimos Cancún limpio otra vez, supimos que habíamos hecho historia.”
Por María-Luisa Vázquez